De mis problemas con la autoridad(uniformada de algún tipo, la autoridad, digo)


Mis problemas con la autoridad establecida se remonta a mis años de pubertad. Prácticamente toda mi vida había vivido en algún recinto naval, dado que mi padre pertenecía a la Armada de Chile. Desde Quinta Normal cuando nací, pasando por Salinas en Viña del Mar y por la Base Naval de Talcahuano. En general, estaba acostumbrado a mostrar a la entrada de cada uno de estos dos últimos recintos mi identificación. Además eran otros tiempos.
Vivía yo en Talcahuano, pero usualmente estaba en Concepción. Ahí estudiaba. A veces me quedaba en Concepción toda la tarde(no había jornada completa como ahora), donde mi abuela y mis tías.. Un fin de semana cualquiera, salimos a andar en bicicleta con algunos compañeros de curso, de los cuales recuerdo a Erwin, Ralph, Jaime y alguna compañera cuya identificación queda en la nebulosa de mi memoria. Íbamos camino a Talcahuano por el camino viejo. Si no conocen Concepción antiguo, la autopista que hoy va a Talcahuano no existía en esa época(1974). Se usaba el camino que va por la estación de trenes derecho hacia Talcahuano, no recuerdo el nombre de la calle en estos momentos (nuevamente la memoria, viví sólo un par de años en la VIII Región). Íbamos conversando, de dos en dos o de tres en tres probablemente, cada uno manejando su bicicleta . No circulaba casi ningún auto por la calle, así que no había peligro de accidente. Además, todos los que íbamos en ese paseo éramos poco traviesos, por no decir bastante pavos.
Llegando al puente(o algo parecido, no recuerdo bien), nos detiene un carabinero. Debe haber estado muy aburrido. Si mal no recuerdo nos pidió identificación. Si fue así, alguno debe haber andado sin ella, seguramente yo al menos. Si no fue así, debe haber alegado porque alguna de las bicicletas no tenía luces o quizás qué. Insisto, debe haber estado muy aburrido. La cosa es que nos llevó detenidos, a todo el lote, a la comisaría. A todos. No sé cómo nos llevó, no lo recuerdo. En la comisaría, nos “atendió” el mismo carabinero junto con uno o dos más. Nuevamente no recuerdo de qué nos acusaban. Después de mucho rato, nos hicieron todo tipo de advertencias, y nos dejaron ir. Por supuesto que ahí terminó el paseo, pues ya era tarde. Volvimos, cada uno a su casa. Conté en mi casa qué había pasado, pero no sabía el nombre de ninguno de los uniformados involucrados, ni la comisaría, ni nada. Quedó en eso. Nunca he vuelto a conversar con mis compañeros acerca de ello, salvo hace unos días, y me recordaron que nos dejaron ir porque yo dije que vivía en la base naval de Talcahunao y que mi padre era marino. Esa fue mi primera experiencia con la “ley”.

Un par de años más tarde, ya viviendo en Viña del Mar(Salinas para ser más específico), entré a la UTFSM. Saliendo del colegio me dejé barba y pelo largo(los que me conocieron ahí, nunca me vieron con el pelo corto, salvo ahora, y jamás ninguno de ellos me ha visto sin barba, ni siquiera mis hijos). Mientras viví en Concepción, mi abuelo Juan Carrasco, dueño de la Confitería Carrasco, que quedaba al lado del Teatro Concepción, se encargaba de que me cortaran el pelo religiosamente una vez al mes al menos, bien corto, en la galería aledaña al café. Me cargaba. Luego me desquité y me dejé crecer el pelo. Y la barba (ésto por motivos de salud, porque cada vez que, en el colegio me afeitaba, se me irritaba la cara, no importando qué me echara para evitarlo). Cada vez que subía a mi casa en Salinas, había que mostrar una identificación específica. Aunque hubiera bajado recién, me la pedían igual. Y me miraban como si fuera extremista. Si subía dos o tres veces en el día, estando los mismos personajes en la garita de guardia, me pedían las dos o tres veces la identificación. Más de una vez se me quedó en casa o en otro lugar, sobre todo cuando iba a entrenar. Había que llamar a casa para que me identificaran por teléfono. No había celular. Solo un citófono en la guardia. Eran muchos minutos perdidos. Yo podía ser un extremista. Algunas personas dejaron de saludarme (esto es cierto). Luego supe que era por eso. La barba y el pelo largo. Además andaba permanentemente de buzo deportivo y zapatillas.

Saliendo del colegio de cuarto medio(1977), fuimos al cine con unos compañeros de curso(algo frecuente en ese tiempo). Íbamos caminando, después de salir del cine Velarde (ahora hay un persa ahí), frente al cine Arte. Caminando en sentido contrario venía un cadete naval vestido de uniforme. Nadie más en la calle. Nosotros tres o cuatro hacia el estero. Él en sentido contrario. Se esforzó por pasar lo más cerca posible nuestro. Yo iba a un extremo. Por el lado por donde venía el personaje. Me topó el hombro. Sé que lo hizo adrede. Uno de mis compañeros se asustó. Un cuñado suyo(me enteré mucho después), había sido detenido y torturado por marinos en 1973. El cadete se da vuelta y empieza a amenazarme (yo ya andaba con el pelo largo y barba seguramente). Que si no sabía yo con quién me estaba metiendo. Que me podía llevar preso porque él era cadete, por si no sabía, y tenía autoridad sobre mí. Usualmente yo no amenazaba ni amenazo a nadie con rangos, pero en este caso, lo único que le dije es que si quería amenazarme, hablara con mi padre, que era Capitán de Fragata. Se quedó mudo. Siguió de largo. Santo remedio. El problema más grande es cuando se le da aunque sea un atisbo de autoridad a personas mentalmente anormales. Usualmente hacen mal uso de esa autoridad.

Tiempo después nos cambiamos a Jardín del Mar. No había micros por Salinas que llegaran cerca de mi casa. Una posibilidad era bajarse en el puente Reñaca y subir un par de kilómetros caminando(cuando entrenaba y me tocaba trotar, subía trotando, siempre me gustó trotar en cerros, de hecho, lo hice muchas veces con mi perro Boqui). La otra era tomar una micro que fuera por Gómez Carreño y terminaba su recorrido en la Clínica Reñaca, que estaba recién construida. Para bajar de ahí a mi calle, había dos posibilidades. Una era rodear la clínica bajando por la izquierda, que era largo, lleno de barro en invierno, y muy solitario. La otra era pasar por la clínica, que debe haber sido un quinto de la distancia de la primera alternativa.
Yo elegía la segunda. Entrar a la clínica no era problema. Salir era otra cosa. En la puerta de salida hacia Jardín del Mar había un guardia. No siempre era el mismo. Con casi ninguno había problema, entendían que era más corto por ahí. Salvo uno. Siempre me paraba y me decía que no se podía pasar por ahí. Yo pasaba igual. Intenté explicarle un par de veces. No entendía. Debo agregar que usualmente hacía ese recorrido cuando venía, muy cansado, de entrenar. No tenía ganas de discutir. Hasta que un día discutí duramente con él. Terminamos gritando. Al final, lo que él quería, porque era la autoridad ahí, era que le pidiera permiso. No que llegara y pasara. Lo miré. Me acordé de los guardias de Salinas. De los pacos de Talcahuano. Bajé el tono. Conversamos. Al parecer, como era guardia, lo miraban en menos en la clínica. Así que requería que alguien lo respetara y él pensaba que yo no lo hacía. Nunca se me ocurrió que ese era su problema. Desde entonces me paraba a conversar con él cada vez que pasaba por ahí. No nos hicimos amigos, pero nos llevábamos bien. Unos meses después, no lo vi más. Seguramente encontró otro trabajo. Y no se despidió.

Año 1985-1986. Universidad Técnica Federico Santa María. Rodeada por carabineros de Fuerzas Especiales. Había dos casinos. Yo estaba en el casino chico, conversando, cuando llega un compañero de curso (el único casado, con auto, departamento, hijo y computador), muy alterado. Le pregunto qué le pasa. Me(nos) dice que llegó a la universidad por Placeres y estacionó el auto en la calle que enfrenta a la universidad por la salida a Placeres(antes no existía la entrada por las canchas de baby fútbol). Y que cuando iba entrando, un carro celular(cuca), se había estacionado justo al lado de su auto. Que estaba nervioso porque le estaban tirando piedras a la cuca, y le podían romper un vidrio del auto. Yo no había tenido enfrentamiento con carabineros hasta ese momento. Con desparpajo le aconsejé que fuera a mover el auto. Me dijo que no se atrevía. Que lo podían agarrar los pacos. Inocentemente le argumenté que por qué lo irían a hacer si sólo iba a mover el auto. Y ahora viene la parte genial. Esa característica que me hace tan especial, el siempre querer ayudar a los otros. Le dije que yo lo acompañaba, y lo peor es que me dijo que bueno. Así que subimos a la puerta Placeres. Yo iba adelante. Salí. Al primer paso, me agarraron dos pacos de fuerzas especiales, de 1,90 metros de estatura al menos(eran más altos que yo y yo mido 1,86). Me llevaron en vilo hasta una micro que había ahí. A pesar que yo preguntaba que qué pasaba, por qué me tomaban, si yo sólo iba a cambiar el auto de un amigo de lugar. Recuerdo perfectamente mi enojo en ese momento. Me hacen subir a la micro y yo inocentemente, pregunto que quién está a cargo. Está cagando, me contestó uno. Ándate al fondo de la micro y siéntate, me dijo otro. Todos cagados de la risa. Volados. O borrachos, no sé. O ambas cosas. Llegué al fondo de la micro. Había dos sansanos más ahí. Sentados en el suelo. El Manzana y el Príncipe. No recuerdo los apellido ni los nombres. Manzana por la mansa nariz, creo. Príncipe por el corte de pelo. Me siento, en un asiento. Ambos me susurran algo. No les entiendo. Sigo sentado en el asiento. Se acerca un paco. Ah, pienso yo, por fin se aclarará el malentendido. Lumazo en la rodilla izquierda. Dos semanas sin poder entrenar me costó ese lumazo. Y no quedó ninguna marca. Siéntate en el suelo huevón, me dijo el delicado representante de la ley. Adivinen qué hice. Eso. Me senté en el suelo. Los dos sansanos me dicen, despacito, te dijimos poh. Pasa mucho rato. Nosotros callados. Decidí no hablar más. Nos cambian al carro celular, un furgón sin ventanas, todo de fierro, ahogante. Nos llevarán a la comisaría (ojalá). De repente, abren la puerta. Quién es Adolfo Carrasco, preguntan. Yo, digo. Bájese. Una vez abajo, el paco me pregunta si mi padre es almirante. Obvio que le digo que sí, aunque no era cierto. Me pide disculpas. Que hubo una equivocación. Que me puedo ir.
Le pregunto el motivo de mi detención, y me dice que no puede decirme. Le digo que entonces para qué mierda me pide disculpas, que no se las acepto. De reojo veo que los mismos que me habían llevado en vilo a la micro me están mirando. Bajo la voz. Le insisto en que me diga el motivo. Me dice que uno de los guardias de la U (un sapo), me señaló, y que con eso bastaba para que me detuvieran. Le exijo que me indique qué guardia fue. Me dice que no me puede decir. Insisto. Insiste. Me voy. Entro echando puteadas(pero despacito).
Adentro me informan que el Jota(un profesor cuyo nombre es Jorge y al que le decíamos J) les hizo llegar a los pacos la información del grado de mi padre. Vuelvo, cojeando, al casino. Ahí está mi compañero de curso. No me compró ni una bebida. Luego averigüé quién me señaló. Un guardia con el que (para variar) había tenido un problema un fin de semana que tuve que ir a la U a hacer unos laboratorios de mi memoria. Y que en ese momento estaba ebrio. Se lo hice saber., y al parecer no le gustó. Pero se me había olvidado. Y justo ese día estaba en la puerta. Después me dijeron que me habían confundido con el Zombi (un mecánico al que le decían así). No lo creo. Conté en mi casa. Creo que nuca me creyeron. Ahora cuento la misma versión que siempre he sostenido.

Años después, yo ya tenía tres o cuatro hijos. Viajaba a trabajar (capacitaciones) a Santiago, si no todos los días de la semana, casi todos los días. Muchas veces iba en auto, otras en bus(Tur, Pullman o Cóndor Bus). Como se sabía que viajaba seguido, a veces me hacían encargos o yo me ofrecía para hacerlos. Esa vez debía ir a buscar a mi sobrino Tomás, que viajaba de Talcahuano a casa de mis padres(sus abuelos) por unos días. Yo debía, una vez terminadas mis clases, ir al aeropuerto, recogerlo(viajaba solo a cargo de las azafatas) y llevarlo a Viña. En esa época, el aeropuerto era mucho más pequeño que ahora, y todos los vuelos llegaban donde ahora está el área de carga. Uno estacionaba, con suerte, al lado de la salida. Se entraba a un hall de llegada, que tenía unos diez o quince metros de fondo, y ahí estaba la pista de aterrizaje, donde llegaban los aviones y bajaban los pasajeros.
El avión estaba por llegar. No se podía entrar a esa área que recién describí. Pedí permiso, explicando que iba a buscar a mi sobrino de 5 ó 6 años que viajaba solo, y me lo concedieron. Entré. Alguien me dijo que no podía estar ahí. Le expliqué nuevamente el caso, y me dijo que me quedara donde estaba. Nunca se identificó. Pensé que era un maletero. Vi que los pasajeros bajaban del avión, y me acerqué a la pista, sin salir, para que mi sobrino me viera y no se asustara. En ese momento, siento que alguien me toma violentamente de un brazo y me empuja. Te dije que no te movieras, huevón, me dijo. Lo tomo y lo empujo alejándolo de mí. Era el mismo tipo. En el momento que lo empujo, suavemente, para soltarme, se entiende, aparece otro tipo y se me viene encima. Entra mi sobrino. Lo saludo. Lo tomo de la mano o en brazos mientras discuto con los dos tipos. Llegan unos carabineros (y una carabinera). Los tipos se identifican como guardias del aeropuerto (no lo habían hecho antes) y dicen que los agredí. Los dos dicen lo mismo. El segundo que llegó es el jefe del primero, y dice que ya está bueno que los traten mal, y les pide a los uniformados que me detengan. Les explico que voy a buscar a mi sobrino, les muestro que ya llegó, y les digo que me tengo que ir, que nunca agredí a nadie, que el tipo primero me insultó y me tomó violentamente del brazo, y yo sólo me defendí. Me llevan detenido. Me voy a la tenencia del aeropuerto en mi auto con una carabinera al lado y mi sobrino atrás.
En la comisaría, el sargento a cargo(que no estaba en el aeropuerto), me dice que lo que yo hice era agresión, según los guardias. Yo le cuento mi versión. Nos mira. Me dice que, por respeto a mi sobrino, que es un niño, me dejará libre, pero que primero debo pedirle disculpas al guardia. Le pregunto disculpas de qué si él empezó todo y yo no lo agredí, sólo me defendí. No hay caso. O eso o me voy detenido. Mierda. Qué hago. Estaba claro que no me podía ir detenido. Le digo que le pediré disculpas. Miro al guardia y le dijo algo así como que yo entendía que dentro de su probable complejo de inferioridad, necesitaba sentir que tenía poder sobre los demás, aunque fuera mintiendo y manipulando las situaciones, y que le pedía disculpas, sólo porque andaba con mi sobrino. El sargento me mira. Ya, váyase rápido, me dice. Qué me han dicho, agarré a mi sobrino y me fui al auto y de ahí a Viña.
Un par de semanas después, llegué a casa tarde, ya vivía en Quilpué, mientras construía mi casa actual. Mientras como algo, veo las noticias de la noche (en ese tiempo aún las veía seguido). No recuerdo en qué canal trabajaba Patricio Amigo, que era un periodista de cierta edad muy cargante, dedicado a noticias policiales. Lo había golpeado un funcionario del aeropuerto, cuando quería hacer una entrevista a alguien. Lo habían dejado muy contuso (o a lo mejor le estaba poniendo su poco, aunque la imagen lo mostraba todo moreteado). Y mostraron al que le había pegado. Adivinen quién era. Justamente. El mismo guardia del aeropuerto que había tenido el altercado conmigo. Por lo que entendí, era un modus operandi de ese personaje. Llamé al otro día al canal, contado lo que me había pasado a mí. Quedaron de llamarme de vuelta para tomar mi testimonio. Nunca lo hicieron.

Unos años después, circulaba por la calle Recoleta, en Santiago. Creo que hasta ese momento sólo la conocía por haber jugado Metrópoli. De lo que estoy 100% seguro es que no iba a exceso de velocidad. Seguro. Otras veces me habían sacado partes en carreteras por eso, y lo merecía. Esa vez no. Me para un paco. Me bajo. Me pide carnet de conducir y documentos del auto. Le pregunto el motivo. Exceso de velocidad, me dice. Miro la hora, las 10:30. Le aseguro que yo no iba a exceso de velocidad. Me pregunta si quiero ver el radar. Obvio que le digo que sí. Efectivamente el radar marca 80 km/h(era zona de 60 km/h). Miro bien. Esa velocidad está detectada a las 9:45. Y son las 10:30. Se lo digo al representante de la ley. Me mira. Vaya a reclamar, me dice. A quién, pregunto. A mi teniente en la comisaría. Yaaaaa. No había celulares con cámara en esa época, como para haber sacado una foto del radar y de mi reloj.
Citado al Juzgado de Policía Local de Recoleta. Voy. En auto, porque supongo que el juez entenderá cuando le explique lo que pasó. Y castigará al injusto testigo de fe (el paco). La secretaria del juzgado dice que el juez no recibe a nadie. Hay que escribir una carta apelando, pero usualmente no se gana nada. Que lo mejor es reconocer y pagar. Así me quitan el carnet por pocos días. Lo pienso. Decido hacer la carta. La contestan inmediatamente (creo que el juez ni la recibió). 15 días sin licencia, más la multa. Crestas. Ando en auto. Obligado a manejar sin licencia. A 40 km/h en ciudad, a 90 km/h en carretera (debo volver a Viña). Recuperé el carnet en el mismo juzgado a los 15 días. Fui en auto.