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El otro día leí un libro llamado Un verdor terrible, de un autor de apellido Labatut. Llegué a él, como a muchos otros autores y libros, porque alguien, en este caso una amiga, me preguntó por el libro. Yo, la verdad, no lo había escuchado ni nombrar. Ni al autor ni al libro. Me puse a averiguar y, sin siquiera googlear, comencé a leerlo online (hay sitios donde se puede leer online, aunque no es lo que más me gusta). Claro que antes de eso, pregunté en mi proveedor (es de editorial Anagrama), y me informaron que estaba, por el  momento, agotado. Que llega en alguna fecha, indeterminada aun, de 2022.  Al principio me llevé la sorpresa de que hablaba de un tema que en general me interesa bastante, que es la historia de las ciencias, en este caso, del descubrimiento, por parte de un científico alemán, del componente principal de un veneno utilizado posteriormente en los campos de concentración, para llegar, después de varias historias, a la de la de la física cuántica. Aclaro que no entra en especificidades inentendibles para el grueso de los posibles lectores.  Entre otros temas, habla de la vida de varios científicos que aparentemente no tendrían nada que ver con la física cuántica , pero que de una u otra manera, terminan siendo parte de su historia (de la física cuántica). Habla (cuenta) de la miseria de la vida de algunos matemáticos, físicos y otros, desde la antigüedad hasta mediados del siglo pasado. Luego, al terminar el libro, comencé a averiguar y descubrí que, tal como me había parecido, parte de lo leído era ficción, pero basado en hechos reales, y que además el autor es chileno. Aunque, hay que decirlo, vivió gran parte de su vida en el extranjero. ¿Vale la pena leer el libro? Yo creo que sí, es más, lo recomiendo.. Hay un pequeño problema, eso sí. Su valor es de cerca de 20.000. Bueno es de Editorial Anagrama, como ya dije, que nunca ha sido muy barata.

Antes de ese libro, al que llegué, como ya dije, por casualidad, había terminado de leer, reconozco que con grandes dificultades, El desorden es un cuerno de niebla, de Patricio Manns. Es bastante enredado, es un sueño dentro de otro sueño (había leído algo parecido, en lo del sueño, de Leo Masliah, un uruguayo, músico, cantautor y escritor). No sé si será su mejor libro, pero al menos no es el más entretenido, pero creo que igual hay que leerlo. Del mismo autor, ya había leído antes El corazón a contraluz (que es el que más me ha gustado), La tumba del zambullidor (donde hay algunos cuentos muy buenos), Actas del BíoBío (hace muchos años, que cuenta una rebelión en esa zona y la historia de un profesor que la lidera), La vida privada de Emile Dubois (que, como dice el título, cuenta la vida del asesino porteño), Memorial de Bonampak (poesía), Cantología (las letras de todas sus canciones), Actas de Muerteputa (es difícil describir este libro, hay que leerlo, pero con paciencia). Tengo pendiente aun Buenas noches los pastores y uno odos más que andan dando vuelta entre los aun no leídos.

Con respecto a Emile Dubois, hace muchos años, quizás 16 años atrás, tuve, indirectamente, alguna relación con él. Se sabe que Dubois usaba los túneles que existen en Valparaíso para trasladarse y escapar después de los asesinatos que cometió. Esos túneles aun existen. En esa época mi hijo, el músico, hacía sus primeras armas en la música. Tenía un grupo musical de rock con dos o tres compañeros de curso del colegio. Tenían entre 14 y 16 años, según recuerdo. Mi hijo, igual que hoy, y emulando a Jethro Tull, tocaba flauta traversa. No recuerdo el nombre del grupo, pero no tocaban mal, para la edad que tenía. Fruto de algún contacto, no mío, consiguieron tocar en Valparaíso un viernes en la noche, muy tarde. Por supuesto que yo estaba ahí con ellos. Terminaron tocando a las 12 de la noche o más tarde. Cuando estaban por empezar, preparé mi cámara filmadora (aun no había celulares que filmaran), y me coloqué al fondo de la pequeña sala donde iban a tocar. Era un antro (creo que se llamaba así), al lado del Café Ricket. Había que  bajar unas escalas y se llegaba como a una bodega, muy inhóspita. Pero qué diablos. Tocaba mi hijo, así que había que aperrar con la hora y el lugar. Mientras comenzaban a tocar, una de las meseras (porque había servicio de restaurante, aunque fueran papas fritas y un par de cosas más solamente), se colocó a mi lado y empezó a conversar conmigo. Me contó que detrás nuestro, donde se veía una especie de panel grande parado, había uno d elos túneles por los que transitaba Emile (Dubois). De hecho, ella parecía una fan del asesino. Me preguntó si yo sabía algo de él, y como yo justo había leído hace poco (porque había salido al mercado hace muy poco, en 2005), aprovechamos, en las pausas del recital (que fue más bien corto), de conversar del tema.  Incluso (y esto está grabado en video, la conversación que sostuvimos), me invitó a si quería que me mostrara el túnel (y los que desembocaban en él), con precauciones eso si, porque podían producir algún tipo de asfixia. De repente, como si no se le hubiera ocurrido antes, me preguntó que por qué estaba filmando. Le conté que filmaba al grupo de mi hijo, que era el que tocaba la flauta traversa. Me miró y me dijo que no me creía. Le corroboré que era mi hijo. Pidió permiso, que volvía en seguida. No la vi más. Se quería aprovechar de mi inocencia, supuse después. En los túneles.

José Donoso era un admirador de William Faulkner, escritor estadounidense famoso en  la primera mitad del siglo pasado. Eso era sabido porque hacía referencia a él en cada entrevista que le hacían. Cuando conversé con él, en una Feria del Libro, cuando ésta aún se hacía en el Parque Forestal, me dijo lo mismo, que leyera a Faulkner. Desoyendo sus consejos, nunca lo hice hasta la semana pasada. Leí un libro llamando Gambito de caballo. Debiera haberlo leído antes. Es bueno. Sólo he leído ese libro, pero tengo otros en espera. Ahí puedo comentar más. Pero, como ya lo he dicho antes, en otros relatos, me ha pasado varias veces que al leer autores que he rehuido durante mucho tiempo,  me doy cuenta que el haberlos rehuido fue, al menos, una dejación d emi parte, porque son buenos (y a veces muy buenos).

Siguiendo con mis lecturas de las últimas semanas, lei la tercera parte de la Trilogía de Auschwitz, de primo  Levi, que se llama Los hundidos y los salvados, que son reflexiones y más historias acerca de los campos de concentración alemanes, específicamente, o mayormente de Auschwitz y los campos que dependía de Auschwitz. Ya había leído las dos primeras partes. Lo bueno (dentro de la temática) es que Levi enfrenta el tema sin odios, lo más objetivamente posible. Aun así cuenta que, tal como pasó acá en Chile, mucha gente le decía que no le creía (o aunque no le dijera  nada, por al actitud posterior, él se daba cuenta que no le creían) lo que contaba de los campos. Que no era posible que eso hubiera ocurrido.

De una temática parecida, leí Memorias de la casa muerta, de Fedor Dostoievski, donde habla de sus años en Siberia, donde fue condenado a 10 años, en la época pre revolución.  Si aun o le interesa esa temática es un libro que hay que leer. Junto con uno al que ya me referí, Un mundo aparte, de Gustav Herling-Grudzinski, que habla de su encarcelamiento en la época staliniana. Terribles ambos, pero muy recomendables.

El último que leí este año (aun no termino el que seguramente va a ser el primero de 2022), fue uno que me sorprendió por lo entretenido (y lo simple de leer que es). Santiago Quiñones, tira, de Boris Quercia. Si uno es asiduo a la novela negra, lo recomiendo, así como recomeindo cualquiera de Ramón Díaz-Eterovic.

Cuando busquen un libro, que alguien les haya recomendado, no duden en preguntarme. A lo mejor ni lo conozco, a lo mejor lo conozco y no lo tengo, o lo tengo y nuca lo he leído, pero si me preguntan, nos sirve a todos. A mí para conocerlo (y quizás leerlo y encontrarme con una sorpresa) y al que pregunta porque a lo mejor lo consigue más barato.