A Nelson y Marcelo (o a Marcelo y Nelson)

Nelson y Marcelo (o Marcelo y Nelson)

A medida que los años van pasando, 20 años y más, desde que los conocí un día, allá en el sur, en medio de el viaje por la ruta 5 sur, mi primer viaje al sur, cuando, recuerdo que yo tenía 20 años, o quizás un poco más, en una casa junto al río.  Es necesario aclarar que cuando digo que los conocí, me refiero que los escuché, y desde entonces los he seguido escuchando, por la vida, por mi vida. Mientras caían las lluvias del sur, que sólo caen allá en el sur con esa intensidad, cuando se nos pierde la mirada, esperando que amanezca el día, esperando el vapor, en el que quiero volver a Chiloé, y ver qué cara pondrá, cuando lleguen esas horas, cuando lleguen esas cartas, cuando salga el sol. Cuando, en el centro del camino, cuando salga el sol, este viento sur, junto con mi canto, mi buena estrella (que va desapareciendo, por suerte lentamente), y junto con Luchín, veamos los viejos lanchones en la lejanía.

Uno se va quedando con la raíz del tiempo, con las rimas, con los sueños, con que la culpa es de la historia (aunque no lo sea, sino nuestra). Está llegando la lluvia, de nuevo, por suerte, y la calle está esperando, en las islas del sur, que esas vidas mínimas, logren, finalmente, dejar de ser una generación (o varias) perdida, y, en esta época, cuando canto esta canción (más que cantarla, la escribo), comiencen a crecer.

Aunque solo tuviera esa posibilidad, tengo claro que hay que hacerse de nuevo cada día, es hora. En algún momento nos fuimos quedando en silencio, no hay nada nuevo bajo el sol, lo sabemos todos, pero ahora que quieren y puedo, te vengo a decir que si yo no fuera el que soy, otra sería mi confesión.

Déjame decirte , como en una canción isabelina, como en el vuelo de Icaro, que mi casa era un barco, que al igual que la abeja que trabaja incansable, un pedazo de mí quiere que me vaya sosteniendo la ternura, quiere algo mío en ti, si me pidieras un pedazo de mí. La ternura la necesito para el camino, aunque a veces, no siempre, mi segundo miedo, no el primero, sea ser un pate’vaca, mi rey interior, que es, en general, como el Canelo, está entre el nicho y la cesárea, medio que es y no es.

Acerca del terremoto, en Valdivia 1960, siempre que vuelvo por allá, veo el árbol, el árbol de la casa de mis antepasados, que fue lo único que quedó parado, que aún sigue en pie. Yo espero la mañana en que arda mi estrella, en que venga mi día celeste, en que ande un pueblo, en que vuelven los ríos.