Mi espejo

El espejo era muy viejo. Probablemente de un par de siglos atrás. Claro que hay que tener claro que los primeros espejos datan de entre 6.000 a 8.000 años atrás y fueron usados en Mesopotamia y Egipto. En América, datan de hace 4.000 años. También es cierto que los primeros espejos, prácticamente hasta 1800, eran de metal e incluso de piedra bruñidos, es decir, pulidos concienzudamente.

Como decía, el espejo era muy viejo, pero era de vidrio, así que debe haber datado de 1800 o después de eso. Aunque antes ya se conocían algunos de vidrio, pero eran muy poco comunes. No creo que sea anterior a 1800, porque su diseño es bastante común, si uno investiga en algunos libros referentes al tema.

Llegó a mi casa por esos azares de la vida, como muchas de mis pertenencias. Alguien, no recuerdo quién, me pidió (en realidad me ofreció) que le guardara unos muebles y libros, porque no le cabían en la nueva casa a que se estaba mudando. Se mudaba de una casa de dos pisos, con bodega en el patio, a un departamento. Un departamento grande, pero nunca tan grande como la casa anterior. Así que, por decirlo de alguna manera, heredé, aunque no era pariente, varias cajas de libros, algunos maravillosos, y varios muebles, entre ellos el espejo.

Desde el principio, el espejo se notaba que tenía su historia. No era un espejo común, aunque sí de apariencia. Como que tenía su propia personalidad. Ustedes podrán decir que estoy hablando tonteras, que cómo un espejo podía tener su propia personalidad, pero lo que digo es verdad. Tendrían que verlo.  Pero para verlo, tendrían que venir a mi casa, y no sé si se atrevan. Porque en mi casa pasan cosas raras. Raras incluso para  mí, que estoy acostumbrado, así que me imagino que para los que no conocen del tema, podrían ser hasta terroríficas. O espeluznantes. O por lo menos, podrían ser “extrañas”.

Lo cierto es que al parecer, como insinúan las leyendas de diferentes culturas, es probable que el espejo, este espejo, mi espejo, no haya sido tapado cuando sus anteriores propietarios fallecieron. Es decir, no se les puso una tela o una funda durante la agonía de esos propietarios. Siempre y cuando esos propietarios hayan muerto en su pieza. Y suponiendo que esa pieza haya contenido el espejo. También es posible que el espejo haya estado en otra habitación de la casa y que el propietario haya muerto en esa habitación. La leyenda (de diferentes culturas, porque este es un tema en el cual muchas culturas están de acuerdo), dice que en esos casos, el alma del moribundo queda atrapada en el espejo. Insisto, sólo cuando el espejo no está tapado en esos momentos. Claro que si la persona agoniza sola, es difícil que se acuerde o siquiera piense en levantarse a tapar el espejo. E incluso si está acompañada, es muy probable que los deudos (o futuros deudos) se acuerden, dentro de su dolor (que sería lo más probable, aunque a veces no haya dolor sino alegría por la muerte del futuro difunto, ya sea porque dejará una herencia, ya sea porque dejará de sufrir), no recuerden tapar el espejo que de una u otra manera está presenciando todo lo que ocurre en la habitación (e incluso algunos van más allá y proponen que puede presenciar todo lo que ocurre incluso en otras habitaciones de la casa).

Recordemos que hay espejos famosos en la literatura, como son los espejos en que no se reflejan los vampiros (justamente porque como los vampiros serían cuerpos sin alma, no podrían reflejarse), el espejo de Alicia, el de Dorian Gray, el de Tolkien, el de Harry Potter, alguno de Poe, de Merlín y varios otros. Este espejo mío, heredado, tuvo aluna vez un dueño, quizás el primero, cuyas iniciales eran D.M. Quizás nunca sabré qué significan esas iniciales. O a lo mejor alguna vez se dilucidará ese misterio.

Lo cierto es que después que el espejo llegó a mis manos, debí decidir dónde colocarlo. Primero lo puse en la entrada de la casa, apuntando a la puerta. Es decir, cada vez que alguien entraba, incluido yo, el entrante se enfrentaba al espejo.

Al principio no me di cuenta, pero luego de un par de semanas, sentí que aunque no hubiera nadie en la casa cuando entraba (de lo que estaba seguro, porque vivía solo, mis hijos ya habían abandonado la casa para hacer sus propias vidas), había alguien más. No podría explicar lo que sentía, pero me daba esa sensación de estar acompañado. Pero no era una sensación que me provocara miedo. No. Era una sensación de compañía. Así que un día, cuando dicha sensación era ya muy evidente (porque la sensación había ido aumentando con los días), se me ocurrió saludar. Aclaro que nunca he sido muy propenso a saludar, y es algo que se me critica. Muchas veces llego aun lugar y saludo mentalmente, pero se me olvida llevar ese saludo a palabras o al menos a estos. En este caso, la primera vez dije Hola, con todas sus letras, que aunque son sólo cuatro, son poderosas. Poderosas porque significa que uno está contento de encontrarse con las personas a las que está saludando. No es lo mismo, digo yo, que decir Buenos días. Lo encuentro más formal, menos familiar, más seco incluso, pero esa es mi opinión, y sé que no es compartida por todos. Incluso más, probablemente mi opinión es compartida por muy pocos.

Siguiendo con ese día en que entré a mi casa y dije Hola, a nadie en específico, en ese  mismo momento sentí una sensación extraña. Digo extraña, pero no aterradora ni  nada parecido. Sentí como una sensación de bienestar.  Esa vez. Luego  pasó. A diario, cada vez que entraba a la casa, repetía el saludo, y generalmente sentía esa misma sensación de bienestar. A veces llegaba con alguien, y ese alguien se extrañaba de que yo saludara a nadie, pues sabía que la casa estaba vacía.

Poco a poco me fui convenciendo de que en realidad la casa no estaba vacía, sino que había algo, quizás alguien, que se alegraba de que lo saludara. Debo aclarar que nunca se me ocurrió, hasta un par de meses después de esa primera vez, mirar el espejo. Nunca he sido dado a mirarme en el espejo, la verdad es que, salvo que me duela un ojo, en cuyo caso trato de ver en el espejo si tengo algo en mi órgano visual, no lo hago.

Recuerdo la fecha con precisión, porque ese día estaba de cumpleaños un amigo, y venía llegando de su casa. Entré a la casa, saludé, y me miré al espejo (porque sentía que me palpitaba un ojo, y quería ver si en realidad palpitaba). Y ahí, al mirarme al espejo, creí ver a otra persona. Fue sólo un instante. Una décima de segundo. Luego, sólo me vi a mí mismo.

Al otro día, recordando lo que había pasado el día anterior, volví a mirarme al espejo al entrar y saludar, y nuevamente vi, o creí ver, a otra persona. Otra persona aparte de mi cara. Una persona al lado de mi cara. Ese día venía llegando de trotar, así que podía ser que estuviera muy cansado.

Durante varios días, vi o creí ver otra persona en e l espejo, cada vez que entraba, pero dos semanas después, tuve la certeza de que efectivamente veía otra persona. Porque ya no fue una décima de segundo, sino que la imagen permaneció en el espejo, aunque yo me moviera. Me miraba, no con maldad ni con mala cara, sino con expectación. Estaba esperando que yo hiciera o dijera algo. Así que saludé. Saludé a la imagen que me ofrecía el espejo, que no era mi imagen. Era una mujer. Una mujer que me miraba, como dije, con expectación, hasta que la saludé. Ahí al parecer se relajó y su cara de expectación cambió a satisfacción. me miró unos segundos más y desapareció.

Los siguiente días, permaneció cada día un poco más de tiempo visible. Me hacía gestos, al parecer me hablaba pero yo no la escuchaba. Hasta que logró hacerse escuchar. Hablaba otro idioma, al principio no supe cuál. Luego me di cuenta que al parecer era un inglés extraño. Aclaro que cuando yo llegaba acompañado, la imagen no aparecía, así que nadie más sabía lo que estaba ocurriendo con el espejo.

Después de varios intentos, logré entender, en gran parte, lo que intentaba decirme. No sé si realmente lo escuchaba o si lo imaginaba. Pero lo que entendí fue que su nombre era Yospin (o algo parecido) y que había vivido hace 150 años en Irlanda.  Que había muerto de una peste, a los 25 años, que había dejado 3 hijos vivos (y 3 muertos a muy temprana edad), y que llevaba encerrada en el espejo desde entonces. Además me dijo (o creo que me dijo), había otros personajes encerrados en ese mismo espejo. Eso me lo dijo el último día que la vi. Porque al día siguiente, apareció otra imagen, esta vez un hombre, que dijo llamarse George, haber vivido en Londres hace cerca de 100 años, haber fallecido, de un infarto, a los 55 años. Y haber dejado 10 hijos y una mujer al morir. Había sido artesano del cuero. Con él hablé durante dos semanas.

Los siguientes meses conocí a varios personajes más, ya no ingleses, sino alemanes, españoles y chilenos. El espejo había pasado por esos países después de George. Conocí a Wilhelm, Karlotte, Esteban y Segundo. Este último era el único chileno encerrado en el espejo. Vivía en el campo, era el segundo hijo de su padre, y murió muy joven, de tifus.

Todos ellos me confirmaron que el espejo, al fallecer cada uno de ellos, estaba tapado, así que eso no servía de nada. Habían quedado atrapados porque el espejo era especial. En su encierro, se habían enterado, no sé cómo, probablemente tenían comunicación con otras entidades superiores, si es que existen, que lo que permitía a un espejo encerrar personas (o sus almas) era los materiales con que eran construidos. Una madera con algún tratamiento especial, un vidrio con un componente diferentes, aluminio o nitrato de plata con algo agregado.

Ninguno de ellos estaba, por decirlo de algún modo, complicado en el espejo. Ninguno quería salir de ahí, porque tenían libertad para comunicarse con otros en su mismo estado. Había comunicación entre “almas” encerradas en espejos. Y los espejos no eran los únicos objetos que podían encerrar “almas”. Ahora último se habían agregado los televisores y las pantallas de computador. Claro que los que quedaban encerrados ahí la  tenían más difícil, porque en 100 años más, se seguirán usando los espejos, pero no los televisores ni las pantallas de computador.

Hoy día y ano salgo de mi casa, no lo necesito. Ya no alterno con nadie más que mis amigos del espejo. Ya sólo espero mi momento final para ser parte de ellos, aunque sé que aún me falta mucho. A veces, aun viene gente a verme, pero no les abro. Para qué. No les podría contar. Me creerían loco. Pido todo por internet. Pago todo por internet. Hasta mi antisicóticos, pero no siempre me los tomo, porque con eso desaparecen algunos de mis amigos especulares.