De mis muertos

Cuando vivía en la calle Pepe Vila en La Reina, Santiago, varias cosas me produjeron un fuerte  impacto.

La primera fue el día que me cambié. Estaba llevando unas cajas desde la camioneta al departamento (que ex profeso estaba en el primer piso). Pensé que la puerta estaba junta, así que llegué y pasé con la caja en brazos. Ese fue el primer impacto. Un cabezazo tremendo en la puerta. Aún no tenía hielo, así que me tuve que aguantar hasta que pude salir a comprar en un negocio unas cuadras más allá.

El segundo impacto fue un día que salí a trotar por la ribera del canal San Carlos (hablaré de dicho canal más adelante). Llevaba unos 5 minutos trotando canal arriba(es decir, hacia Grecia, partiendo un poco más arriba de Larraín), y vi a un par de personas a la orilla subiendo algo. Estaban a unos treinta metros.  Seguí trotando y acercándome. Lo que estaban subiendo (y que ya estaba en la ribera, horizontal) era un cuerpo. Humano. Un ahogado. No se movía, claramente. Estaba hinchado. Las dos personas que lo habían subido tenían algún tipo de uniforme. Nunca me ha gustado la gente que se para a mirar este tipo de sucesos, así que pasé de largo, trotando. Ese día llegué unos kilómetros más arriba, más lejos que ningún día antes. Iba cansado. Di la vuelta. Troté de vuelta. Cuando llegué a la altura de donde vi el cuerpo a la ida, éste ya no estaba. Me pareció raro, pero igual habían pasado más de 40 minutos. Llegué a la casa(departamento en este caso), y conté lo que había visto. Al otro día busqué en el diario o en las noticias si aparecía algo. No apareció nada. Pregunté a los conserjes si habían sabido algo (siempre sabían todo). No tenían idea.

El muerto (porque era hombre), me recordó a  mi primer muerto (en realidad, al primero que vi). Era por el año 1972 o antes. Teníamos deporte en el colegio en las tardes. Salíamos después de las 16 horas. Para llegar al colegio, había que bajarse de la micro en Libertad y caminar hasta Viana, cruzar la línea del tren (con mucho cuidado como me habían enseñado), y subir Agua Santa hasta la calle Diego Portales, doblar a la derecha y subir otra cuadra. Hoy está ahí una facultad de la Universidad Viña del Mar. Ese día íbamos de vuelta con Osvaldo, un compañero de curso. Bajamos Agua Santa e íbamos a cruzar la línea del tren, cuando lo vimos. Estaba tapado con diarios. Como en el chiste, pero en serio. Había sangre por todos lados. Osvaldo me dijo que pasáramos rápido. Eso hicimos. Volvimos a casa.
El segundo que vi fue cuando iba llegando a Santiago en bus por los años 90. A mano izquierda (la entrada a Santiago no era como es ahora, no había separación de pistas, y era una pista por lado), había como una acumulación de tierra que duraba varios centenares de metros. Luego eso se despejaba y aparecía Mundo Mágico, que era donde en la noche buscaban clientes los travestis de la época. Y les sobraban. Muchas veces tuve que esperar la  micro en esa zona, mal iluminada (insisto, no es como hoy), pero nunca me pasó nada. Volviendo a la historia, al mirar hacia la acumulación de tierra que había a mano izquierda, entrando a Santiago, antes de Mundo Mágico (que ahora ya no existe, y al cual nunca fui), vi un cuerpo tirado. Ensangrentado. Pero el bus, a pesar que iba lento, no me permitió ver más. A veces pienso que lo soñé, pero yo no dormía en los buses, sólo leía. Ese día en las noticias de la radio (no existía Internet aún), busqué algo relacionado, y al otro día miré si aparecía algo en el diario, y no había nada. Nunca vi nada al respecto. Pero pasó.

El tercero fue el ya mencionado del canal San Carlos.

El cuarto fue el más doloroso. Veníamos saliendo de un paro estudiantil. Yo hacía clases en una universidad, y los estudiantes habían adherido a un paro  nacional estudiantil que duró muchas semanas. El paro empezó justo la semana que había que tomar la primera prueba de cátedra de una de las asignaturas que estaba dictando. Esa asignatura la dictábamos usualmente dos profesores. Mi amigo de muchos años (nos conocimos en la universidad, nos dejamos de ver y volvimos a encontrarnos hace unos 12 años, que fue cuando me propuso hacer clases con él de esa asignatura, que justo abarcaba gran parte de lo que yo hacía  para ganarme la vida) había estado con una supuesta gripe la semana anterior. Se había tenido que retirar a su casa, porque se sentía muy mal (eso era raro en él,  porque siempre aguantaba los eventuales malestares que pudiera sufrir). Ese día llovía a cántaros (debe haber sido el único día que llovió tanto ese año, el 2017). Intentó ir a la clínica a ver un médico, pero se mojó tanto camino al auto, y se sentía tan mal, que prefirió ir a acostarse a su casa. Llamó un  médico a la casa (de esos Help o semejantes), quien le dijo que estaba con gripe o algo similar, pero que una vez se sintiera mejor fuera a hacerse exámenes, porque podía haber algo más. Se quedó en casa ese día en la tarde y el siguiente(es decir martes en la tarde y miércoles). El jueves ya no aguantó más y volvió a la universidad. Me encontré con él en su oficina. Nos saludamos. Estaba pálido. Y helado. Me contó lo que le había pasado. Teníamos que tomar la prueba que debió tomarse antes del paro (2 meses atrás) ese sábado. Le ofrecí tomarla con los ayudantes y que él se quedara en casa. Dijo que lo iba a  pensar, pero yo sabía que no lo haría. Lo llamé el viernes. Le repetí el ofrecimiento.  Dijo que no. Que iría el sábado.

El sábado, nos quedamos de encontrar en una de las salas, media hora antes de la prueba, en el cuarto piso.  Yo siempre llego muy temprano, porque tengo mis manías. Reparto las pruebas a los alumnos llamándolos por su nombre. Cada prueba tiene su nombre, manuscrito. Él no llegaba. Llegó, cosa rara en él, 10 minutos antes. Lo saludé. Sudaba, estaba helado. Había subido caminando, porque el ascensor se había demorado mucho. Era, como dije, un cuarto piso. Se fue a su sala. Estaba, con mis ayudantes, repartiendo las pruebas, cuando llega un alumno de la otra sala con una pregunta de mi amigo. Se va. A los dos minutos, llega otro alumno diciendo que el profe (mi amigo) se había desmayado. Parto a la otra sala, dejo a los ayudantes en la mía. En la otra sala está él tirado en el suelo. Me dicen que al caer desmayado, se golpeó la cabeza en un borde que había. El suelo era alfombrado. Le tomo el pulso. Débil. Veo si respira. Débil. Lo muevo. No reacciona. Le hablo. Tampoco. Un alumno bombero le hace respiración boca a boca y masaje cardíaco, porque dejó de respirar y los latidos, si tiene, apenas se sienten, o no se sienten. Entretanto se llama a la ambulancia. No llegan. Sigue el masaje. No se mueve. De repente respira violentamente un par de veces y todo termina. No sé si ese es el orden de cómo sucedieron las cosas. Retiramos las pruebas entregadas en mi sala. La ambulancia llega varios minutos después. Los alumnos desalojan ambas salas. Le hacen electroshock. Lo declaran muerto. Al otro día se sabrá que fue un infarto fulminante que le desgarró el corazón inmediatamente, probablemente productos de la subida a pie de las escaleras. Y que lo que había tenido unos días antes no había sido un resfrío, sino un pre infarto (aunque dicen que esos no existen, que son infartos igual).

Entre todo eso, intento llamar a su casa, pero nadie sabe el número, así que llamo a una de las hijas, que estaba en el sur, para que avise a su madre y sus otras hermana (son 3). A la hija la ubicaba porque era atleta y yo había sido Presidente de la Asociación Regional de Atletismo, y porque además era compañera de universidad de mi hija.

El día del funeral, la capilla estaba repleta de estudiantes, exalumnos, profesores, amigos, etc. El día anterior, en el velorio, le conté lo que había pasado a la viuda, a quien yo conocía hace muchos años, porque había sido atleta (corredora de fondo) en la época que yo entrenaba. Estaba en shock, pero agradecía que no le hubiera pasado a ella. Y casi me pedía disculpas porque me había pasado a mí. Ella me contó lo de la autopsia.

Durante los dos años siguientes seguí con mis clases, ahora solo, pero siempre les recordé a los alumnos que esa asignatura la había creado él, mi amigo.

Su nombre era Rodrigo, y había estudiado en la UTFSM, titulándose de Ingeniero Civil Electrónico, en plena época de vigencia de la maldita curva. Luego, no conforme con eso, estudió  y se tituló en Ingeniería Comercial en la UCV (hoy PUCV). Ahí fue jefe de carrera en más de una año, y Director del departamento, si no me equivoco. Además, entre su primera y segunda estadía en la PUCV, trabajó en la empresa privada, una naviera, por lo que tenía una amplia experiencia laboral, y no sólo académica. Además, aparte de sus virtudes técnicas, era un muy buen amigo, siempre dispuesto a compartir(al menos conmigo) sus conocimientos y a dar algún consejo para evitar cualquier confrontamiento inútil.  Por eso es el más doloroso.

Dentro de los amigos o parientes que se han ido prematuramente, debo, obligadamente, nombrar a tres o cuatro personas. Claudia, mi prima querida, que murió víctima de un cáncer de mierda, poco después de cumplir 50 años. Pablo, mi amigo de la época de la  universidad, que después de soportar dos comas, en diferentes momentos de su vida, una operación cerebral, y varias otras calamidades, murió a causa de una neumonitis que no pudo ser sanada, un poco después de los 50 años.  Giovanni, compañero de universidad e integrante de nuestro equipo de handball, que después de un partido entre el actual equipo de la USM y el de los viejos cracks, en el cual se lució, comenzó a sentir molestias en la mandíbula. Se le detectó un cáncer y falleció unos meses después, con menos de 50 años. Ximena, de la cual ya hablé hace unas semanas atrás, gran amiga. Mariana, compañera de curso del colegio, que murió tan joven, antes de los 40. Siempre los recuerdo.