No hay nada más motivante que escribir o hacer algo en conjunto con otra persona. Es una especie de compartición de experiencias, construcciones verbales, ideas, tramas, expresiones. Por eso me encanta esa experiencia. La disfruto a concho. Parto escribiendo yo (o el otro), dando una idea general del tema o de la trama. Usualmente es una idea que anda dando vueltas por mi cabeza mientras manejo, hago entregas, voy a comprar, viajo a Santiago, o mientras arreglo alguna máquina, ya sea computadores, impresoras, notebooks, en realidad cualquier cosa. Claro que no siempre logro arreglar lo que empecé. A veces queda peor. O igual. Pero muchas veces logro arreglarlo. Muchas. Qué gran satisfacción se siente es esos momentos. Por ejemplo, arreglar cosas básicas como un enchufe o un interruptor, algo que parece tan simple, y que realmente no lo es, a muchas personas les produce un trauma el sólo pensar en intentar el arreglo. Me han contado que eso le sucede a las personas menos pensadas. De las que uno pensaría que pueden hacer cualquier cosa cuando se lo proponen. De alguna de esas personas jamás lo hubiera pensado. Ni esperado. Que no pudieran, supieran o quisieran realizar esas reparaciones básicas en la casa. Sobre todo (sí, se escribe separado, lo que se escribe junto es sobretodo, que es una especie de gabardina, que se coloca sobre la demás ropa) de algunas personas.
Tengo experiencia desde los 5 ò 6 años con ese tema(los enchufes y otras yerbas eléctricas, digo). Vivía en Punta Arenas, y metía clavos en el enchufe (creo que fueron dos veces), me gustaba, al parecer, ese cosquilleo que producían los electrones en mi cuerpo. Sobreviví, como ven, pero a costa de varias shock(eléctricos en este caso). Como decía, para no irme por las ramas, me gusta arreglar cosas. Lo mejor es hacerlo con alguien (siempre es mejor eso que solo). Al menos que mire (la alguien en este caso). Y que ayude cuando uno no puede (por ejemplo, afirmar algo mientras se está llevando a cabo la reparación, aunque siempre , de una u otra manera, se logra realizar la tarea empezada, bien o mal, es mejor de a dos, o de a tres, aunque cuando son muchos, terminan molestando más que ayudando, y la alegría de hacer algo en conjunto se transforma en una lata, cuando no un desastre o una discusión). También arreglo desastres en el baño y la cocina. Con distintos resultados, pero lo hago. Por ejemplo, cambiar la membrana del calefón(o califont), cambiar llaves, teflón, combinaciones, las entrañas del WC, las cañerías del lavamanos o lavaplatos, conectar o desconectar lavadoras, secadoras, lavavajillas, refrigeradores, etc). Claro que ha pasado que se me ha olvidado cortar el agua, instalando una lavadora (la primera que instalé) en un tercer piso de un edificio. La cascada era impresionante, hasta que logré cortar el agua. O el cambio de membrana del calefón Junkers, cuando el agua chorreaba por no haber colocado la empaquetadura y no haber apretado los pernos lo suficiente, por decirlo de algún modo. O haber dejado mal puesta la membrana, y haberse producido una pequeña explosión en la cocina.
Claro que cuando se trata de fineza, ahí entrego la responsabilidad a alguien que entienda de eso. Yo soy un poco bruto, bastante poco fino, digamos. Me acuerdo que en segundo medio en el colegio nos (me) hicieron hacer una repisa. La pinté azul (creo que fue lo único que hice bien). Quedó un rombo. Pero azul. O en la universidad cuando nos hicieron hacer una caja de herramientas metálica(en esa asignatura nos enseñaron a soldar, cosa que nunca más he hecho, pero tengo soldadora). Había que tomar las medidas, cortar la lata, plegar la lata, y luego soldar. Nunca logré cerrar esa caja. Creo que ni la llevé a mi casa. Debo haberla dejado tirada por ahí. O la primera vez que arreglé (en realidad fue al revés, lo desarreglé) un computador, hace como 30 años. Recién estaban apareciendo los PC en Chile. Estaba malo, así que no se perdió mucho. Después no me ha pasado nunca más. Echando a perder se aprende, dicen, y es verdad. O las muchas veces (pero pocas si sacamos el porcentaje del total de veces que arreglé finalmente algún objeto) que rompí algo intentando arreglarlo, ya no electrónico, motivo por el cual quedé con la mala fama con mis hijos de que rompía las cosas cuando intentaba arreglarlas, cuando en realidad sólo las “desmejoraba” un poco.
O la primera vez que le cambié las pastillas de freno a un auto. Estaba solo. Nunca lo había hecho. Saqué los neumáticos. Saqué las pastillas. Hasta ahí todo bien. Luego, por algún motivo, con las pastillas fuera, se me ocurrió presionar el freno, y ahí quedó la escoba. Se salió un cilindro o algo parecido que iba dentro de la “tubería” de goma. No la pude poner. Tuve que llamar a mi amigo Fernando, muy meticuloso para sus labores, para que me ayudara. Finalmente, lo logramos. Mientras uno sujetaba el otro lograba volver a armar el freno. Y luego cambiamos las pastillas. Eso fue en 1993 aproximadamente. Durante muchos años no lo intenté de nuevo. Hoy lo hago yo, principalmente porque me ahorro tiempo (y dinero). Llevarlo a un garaje significa a veces dejarlo horas ahí, y yo trabajo usando mi camioneta. Lo que no me he animado a cambiar es el aceite, me falta el pozo. El resto lo sé hacer.
Cambiar un neumático no tiene nada de complicado, salvo quizás el lugar y la ocasión. Eso sí, quedo muerto. Hay que agacharse. Sacar y poner pernos. Las veces más complicadas fueron cuando me tocó cambiar uno bajo una lluvia torrencial a las 11 de la noche o quizás más tarde, volviendo de Santiago, a la altura de Placilla (llegando a la actual variante a Viña, por allá por 1994). O cuando me tocó cambiarlo en camino Orozco, a una hora semejante. No se veía nada. Una boca de lobo. Ni un auto. O en Las Palmas, por suerte cerquita de un espacio para salir de la carretera. Los autos y camiones pasaban raudos al lado mío, tirado en el suelo, cambiando el neumático.
Las puertas, con el calor y el frío, se expanden o dilatan, lo que hace que cierren bien o mal, que haya que forzarlas, o que queden “sueltas”. Ahí aplico la técnica de la moneda.
Ahora estamos restaurando libros. Es muy entretenido. También estamos haciendo empastes. Hay que prensar las hojas. Hacer ranuras en el canto que servirá de lomo, colocar cola fría, esperar. Pasar un hilo tensionado(debe ser firme, hilo de coser cuero), por las ranuras ida y vuelta, bien apretado. Luego, llenar de cola fría, dejar secar(varias horas) y queda un empaste bárbaro, viste?. Al final se pega una tapa (cartulina forrada o algo parecido. Y queda como un libro. Lo hago con fotocopias de apuntes y otros.
Desarmando diferentes partes y piezas defectuosas de computadores (me encanta), obtengo imanes, discos espejo, anillos de metal, anillos de cerámica capacitores, resistencias y un sinfín de otras “porquerías” para algunos, para mi partes para hacer otras cosas(que aún no se me ocurren , pero me tengo confianza, la autoestima es uno de mis puntos fuertes, el desorden uno de mis puntos bajos).
Volviendo, ahora sí, al principio, me gusta escribir cosas en conjunto con otra persona. Soy Géminis. Trabajo conmigo mismo. Pero somos diferentes.