Primer, definamos que era un alférez: Oficial que antiguamente llevaba la bandera en la infantería, y el estandarte en la caballería.
España estuvo en guerra permanente en diferentes frentes en los siglos 16 y 17.
La monja alférez, que en realidad se llamaba Catalina de Erauzo, hija de Miguel de Erauzo, soldado de las guerras de Flandes, nació en 1592. La ingresaron a un convento, junto con sus 3 hermanas (eran 8 hermanos en total) cuando tenía 4 años. A los 15 años huyó del convento, poco antes de tener que convertirse en monja (por la edad). Se ocultó en un bosque cercano al convento y se vistió de hombre. Trabajó de sirvienta en casa de una pariente de su madre (que no la reconoció), y luego partió a Valladolid, donde obtuvo el puesto de paje del secretario de cámara del rey Felipe III, bajo el nombre de Francisco de Loyola.
De ahí se fue a Navarra, y hasta 1608 estuvo como paje de un caballero. Luego partió a San Sebastián, desde donde partió a Perú, específicamente a la ciudad de Trujillo, donde sirvió a un mercader llamado Juan de Urquiza. Allí, por primera vez, usó una espada y conoció un calabozo. Partió a Lima, donde después de servir un tiempo a un comerciante, se enlistó para combatir en la guerra de Arauco bajo las órdenes de Bravo de Saravia, bajo el nombre de Alonso Díaz Ramírez de Guzmán.
En Chile gobernaba Alonso García Ramón (hasta su muerte en agosto de 1610, fecha en que lo reemplazó Luis Merlo de la Fuente), y su segundo era el capitán Miguel de Erauzo, hermano del personaje en cuestión. Pero no se conocían, porque él era bastante mayor, así que él no la reconoció.
Luego de servir de asistente de su hermano, partió al fuerte de Paicaví a las órdenes de un tal capitán Rodríguez.
Ahí comienza su vida guerrera que duró 10 o 12 años.
Paicaví estaba ubicado en la región de Purén, cordillera de Nahuelbuta. En esta región los españoles recibieron sus más grandes derrotas. En la última de una serie de batallas contra el cacique Aiñavilu, las huestes araucanas mataron y quitaron la bandera al oficial encargado. La monja alférez logró recuperarla, y, como única sobreviviente de esa escaramuza, logró volver a su compañía. En premio a esta hazaña, fue nombrada alférez (recordemos que todos pensaban que era un hombre llamado Alonso).
En alguna de las batallas posteriores, muerto el comandante, ella tomó el mando de las tropas, demostrando su audacia e inteligencia para esas lides.
El cacique que lidiaba con ellos se llamaba Quispihuancha. Asedió Purén durante seis meses.
Para poder sobrevivir, decidió enviar correos a Santiago, atacando las huestes araucanas por diversos flancos, y logrando apresar al cacique, dándole finalmente muerte, después de enjuiciarlo.
La nueva visión de España ahora era pacificar la Araucanía sin el uso de espadas, sino con el evangelio, por lo que se le ordenó abandonar Purén. Había llegado a Chile el padre Luis de Valdivia de quien hablaré en otra oportunidad.
Por el hecho de haber matado al cacique, fue relegada del mando.
Poco después, Luis de Valdivia ordenó realizar un gran parlamento, cerca del fuerte de Paicaví, al que asistieron unos trescientos caciques, pero no los principales, que eran Pelentaru, Angamenón, Guaquimilla, Ainavilu y Tereulipe, aunque sí los principales guerreros españoles. En este parlamento, los españoles prometieron no atacar nunca más a los indígenas, y como muestra de ello, destruyeron el fuerte de Paicaví.
Los araucanos, como única concesión permitirían que tres misioneros intentaran predicar libremente entre los indígenas. Estos fueron muertos en su primera incursión.
Ello hizo abandonar los planes pacifistas al entonces gobernador y organizar las campeadas, que eran peores que las guerras anteriores. Aquí fue llamada a filas nuevamente la Monja Alférez. Esta campaña duró dos meses. La Monja Alférez fue trasladada a Concepción.
A fines de 1612 estaba en Trujillo, Perú, peleando contra el alzamiento de un caudillejo llamado Alonso Yáñez.
Llegó al grado de teniente. Luego se desligó del ejército y trabajó, al parecer, nuevamente para su antiguo empleador, Urquijo.
Continuó siendo pendenciera, y en una pelea, quedó gravemente herida. Al asistirla un cura, confesó ser mujer. Finalmente se recuperó de las heridas y, después de casi tres años de esperar, llegó la noticia desde España que había sido sólo novicia cuando joven, por lo que, como no estaba obligada por juramento a permanecer en el convento, volvió a España en 1624.
Fue recibida por el rey Felipe III y se le otorgó una pensión de 500 ducados anuales para que volviera a América. Volvió a México en 1630 y murió ahí en 1650, a los 58 años de edad.
Al respecto se han escrito libros que no están ya a la venta. Esta historia, al igual que otras que he contado, la saqué de la colección En plena colonia, de Aurelio Díaz Meza, publicado en 1630, en Santiago de Chile.