Él es un septuagenario. Él es mi amigo. De los pocos amigos con que converso periódicamente, a veces incluso a diario. Quizás el único con quien converso tan largamente. A veces conversaciones telefónicas de una o más horas. Tiene muchas hijas y un par de hijos. Las hijas viven en diferentes ciudades y países, desde Santiago, algunas ciudades del sur y algún país europeo, que creo que ya no es parte de la Unión Europea, lo que para efectos de este relato no tiene ninguna importancia. Y si la tiene, yo no la conozco. Mi amigo es viajero. A veces tomas un bolso y se va al sur, a otro país, en auto, en avión, depende. No le gusta depender de nadie. O debiera decir que no le gustaba depender de nadie. Uso el tiempo pasado, porque, a partir de un regalo, un pequeño regalo, su situación de independencia cambió. Y cambió radicalmente, dramáticamente.
Hace unos meses recibió, como dije anteriormente, un pequeño regalo. Una planta. Uno de los muchos tipos de suculentas. Debo especificar que hay miles de especies de suculentas clasificadas en diferentes familias. No sé si hay tantas en Chile, pero son muchas. La suculenta la recibió pequeña, no sé cuál especie es, y aunque lo supiera, probablemente no lo recordaría en estos momentos. Solo sé que llegó pequeña a su casa. Y la dejó ahí al salir de viaje donde alguna de sus hijas en el sur.
Al volver, varias semanas después, la suculenta (cuya especie ignoro), estaba macilenta, si es que se puede decir que una planta de ese tipo puede estar macilenta. Se veía mal. Estaba como triste, con depresión, abandonada. Así que la regó (no sé tampoco si hay que regarlas mucho), la movió, removió la tierra, en fin, se preocupó. Un par de días después, la planta empezó a revivir. Se veía contenta, revitalizada.
Pero nuevamente debió ausentarse de su casa, esta vez por una semana. Al volver, la planta había vuelto a estar triste, macilenta. No salió en dos semanas de la casa, porque estuvo resfriado, y en ese tiempo se preocupó de su suculenta.
Una vez que se mejoró, fue a almorzar donde un amigo y volvió muy tarde. No se fijó en la planta al llegar, pero al otro día, se percató de que no estaba bien (la planta). Volvió a quedarse en casa varios día seguidos, y la planta mejoró. Pero tuvo que salir hacer unos trámites, durante la mañana, un día lunes. Al volver, se notaba que la planta lo había extrañado, lo había pensado como dicen los colombianos.
Durante esos días que permanecía en casa, él sentía, en su interior, algo nuevo, algo que no había, quizás, sentido nunca. No sabía bien qué era, pero lo sentía, aunque no podía ni explicarlo.
La siguiente vez que salió, debió volver casi en seguida, porque sentía como un vacío, como que le faltaba algo. Algo que al llegar a casa, ya no le faltaba. De a poco, comenzó a quedarse más y más en su casa, sin salir.
Seguimos hablando por teléfono, hasta que un día me dijo que me iba a llamar menos (y que no lo llamara tanto), porque su planta detestaba que desviara su atención hacia alguien más.
Intenté comunicarme con él varias veces, sin lograrlo. Hablé con sus hijas un par de veces por teléfono, y me dijeron que les mandaba mensajes cortos por Whatsapp todos los días, pero en general no más de uno al día. Así que decidí ir a verlo, a Santiago, que es donde vive.
Al llegar, el conserje me dijo que no lo había visto durante varios días, pero que sabía que estaba en el departamento, porque llamaba por citófono, brevemente, cada tanto.
Subí y toqué el timbre, golpeé a la puerta. Sin respuesta. Insistí. La puerta se abrió, lentamente. Entré. Ahí estaba él, al lado de su planta, con algunas ramas alrededor de su cuerpo, mirándome con reproche.
Muy despacio, me dijo que me había dicho que no me comunicara con él. Me dijo que estaba muy ocupado con su planta. Que por favor me retirara. Que con su suculenta le bastaba y le sobraba, que no necesitaba a nadie más.
Opté por retirarme, y mientras viajaba de vuelta, llamé a una de sus hijas. Quedamos de hablar al día siguiente. No me pude comunicar con ella por varios días, y cuando finalmente lo hice, me contó que mi amigo, su padre, había desaparecido del departamento, al parecer durante la noche, el día anterior, y que no se sabía nada de él. La planta tampoco estaba, pero había, en la pantalla de su computador, un mapa de un lugar ubicado en algún lugar de la VI Región, en el campo.
Días después encontraron su auto, y a unos cuantos metros del auto, una gran, una gigantesca suculenta
De mi amigo no se supo nunca nada más. A veces voy a ver a la suculenta, y converso con ella (¿o con él?)