Y a propósito de sastres y modistas, mi abuela materna tenía desde tiempos inmemoriales unas casas en calle Cajilla, de Plaza Echaurren hacia arriba. Esas casas hoy no existen, pero en algún momento generaban alguna renta, exigua probablemente, pero renta al fin. Mi madre quedó, mientras mi abuela estaba viviendo en USA, a cargo de cobrar el arriendo. No recuerdo cuántas casas eran, lo que sí recuerdo, porque tuve que acompañarla, probablemente a mediados de los años 80 del siglo pasado, a cobrar dicho arriendo, o al menos a ver si aún estaban en pie. Estaban en pie. Era lo que usualmente se llama un conventillo, con dos o tres pisos de madera y en cada piso una serie de habitaciones. Para llegar ahí había que subir por Plaza Echaurren, dejar el auto ahí (en ese tiempo el tráfico era mucho, pero mucho menor que el de ahora). Una vez estacionado el auto(hay que decir que con reparos, pero nunca tanto como los que yo tengo hoy en dejar el mío en cualquier lugar en que no esté a mi vista, dado que normalmente llevo todo tipo de mercadería en él, partiendo por libros, muchos, y siguiendo por al menos un par de memorias RAM, discos duros externos e internos, revistas, una que otra tarjeta madre, poleras, pantalón de buzo, calcetines, papeles varios, etc. Ya me han robado un par de veces del auto, e incluso un auto (que después apareció sin la mercadería que tenía cuando se lo llevaron, pero al menos funcionando).
Una vez arribados a la dirección, entramos a la casa, y nos encontramos con una visión digna de un cuento o libro de González Vera, es decir, un conventillo en regla. Gritos de un lado a otro, muchos niños corriendo, mujeres circulando de un lugar a otro y un sastre. Un sastre de pueblo. Era impresionante. No sé qué habrá salido de lo que vi. Tenía tendido a un niño encima de un género, no sabría decir de qué tipo, y estaba cortando, con unas tijeras enormes, la silueta del niño alrededor de él. Una vez que lo hubo terminado, lo hizo darse vuelta y repitió la operación, Luego lo despidió. Ya tenía el molde hecho. El Pierre Cardin de Cajilla. Entretanto, mi madre, por lo que recuerdo, porque yo estaba pendiente del sastre, solucionó su consulta, o al menos quedó más tranquila. Aún es posible que no haya logrado nada con la visita, la verdad es que no recuerdo ni a qué íbamos. Yo iba de guardaespaldas. Nunca más fuimos (al menos no yo) a Cajilla.
Pero sí estuve en las cercanías muchos años después, pero sólo un par de veces. Una, la segunda, cuando acompañé a mis hijos que tenían una especie de batucada que iba de la Iglesia de la Matriz hasta el Muelle Prat. Partían de la iglesia, después de dar desayuno a las personas que vivían en la calle y que acostumbraban desayunar ahí. Recuerdo que al ver que la cantidad de pan que había no iba a alcanzar para todos, fui a comprar pan recién hecho a la panadería de la esquina. Luego lo repartí entre la gente. Ellos son así, lo aceptaron, pero ni me miraron. Estuvo todo bien. Creo que hice pan con queso. Esa misma vez, una vez que partieron hacia el Muelle Prat, pasé a un local de artículos de aseo que había (debe estar aún) justo en un esquina que da a la plaza. El local era (debe ser aún) propiedad de uno de los hermanos Frías, atletas de mi época juvenil. Ellos eran un poco mayores. Eran dos hermanos (al menos los que corrían). A uno le decían el Cacuca. Entré al local y él me reconoció en seguida. Haciendo uso de mi increíble capacidad para reconocer personas, yo no lo reconocí(la verdad es que soy pésimo fisonomista). Luego de conversar un rato y recordar viejos tiempos, me fui al muelle Prat.
La segunda vez que anduve por esos lados fue cuando le vendí cerca de 50 monitores LCD, que estaban recién comenzando a usarse y eran bastante caros, a un personaje que tenía máquinas de juegos repartidas por toda la Quinta Región. Era de noche. Igual me dio un poco de julepe. Pagaba en efectivo, así que salí de ahí con mucha plata. Me fui derecho a casa, el lunes tenía que depositar esa plata para pagar los monitores. Monitores que tenían una historia. Los había comprado en Santiago días antes. Los bajé del auto en Quilpué y los dejé en el living, para entregarlos cuando correspondiera. Ese mismo día entraron a robar a mi casa (es la única vez, espero que no vuelva a ocurrir, toc, toc). Afortunadamente no se los llevaron, probablemente porque no alcanzaron, pues sólo estuve fuera de casa media hora. Desgraciadamente sí se llevaron el notebook que estaba encima de la mesa, que, por supuesto, no tenía respaldado. Fue la única vez que la casa quedó sin alarma, y sólo durante media hora, por una falta de comunicación verbal. Cuando llegué me di cuenta en seguida que algo había pasado, ya que entré y la perra chica, la Bonnie, una Fox terrier Wirehair, o pelo de alambre, estaba dentro de la casa. No entendía nada, ni yo ni ella. Nos miramos en primera instancia, ella con su típica picardía en sus movimientos, hasta que me percaté que habían sacado uno de los ventanales de aluminio con un fierro, sin quebrar el vidrio. Llamé a los carabineros. Tiempo perdido. No toman huellas, aparte que se demoran horas en llegar. Días después me llegó una comunicación de Fiscalía diciendo que se cerraba el caso por no haber podido encontrar pistas. Pistas que nunca buscaron. Aún no me explico qué pasó esa vez. Tiene que haber sido alguien que conocía la casa. Yo había dejado el notebook sobre la mesa del comedor, y al parecer se veía desde la calle. Desde ese día, coloqué cortinas (que no subo nunca) para que no se vea nada desde afuera. Desde ese día vivo en la oscuridad. Suena a relato de terror. Pero en realidad nunca subo esas cortinas (o persianas).
Dentro de lo que estaba en el notebook y que no tenía respaldados, eran los manuales de los cursos que hacía en ese tiempo. Afortunadamente tenía versiones anteriores. Desgraciadamente, tuve que actualizar los manuales de nuevo, lo que había hecho sólo un par de semanas antes. Afortunadamente soy rápido en eso. Desgraciadamente igual perdí harto tiempo. En ese tiempo(estamos hablando de hace más de 12 años), ni siquiera existían los mp3 (de forma masiva, digo), así que no tenía mucha música. Tampoco existían los formatos de videos de hoy, así que tampoco tenía películas. Toda esa información hoy ya no me sirve para nada. Está absolutamente obsoleta. Después de eso respaldaba periódicamente, y cada vez que cambiaba de notebook o PC por otro nuevo o más moderno, me preocupaba de guardar. Al final tenía respaldos de respaldos, de respaldos, que nunca terminé de revisar, aunque lo intenté varias veces, era tal la cantidad de repeticiones, que por ahí tengo un disco duro externo lleno de respaldos de respaldos de respaldos de respaldos. Alguna vez los reviso y encuentro rarezas, como algún recital de mi hijo músico, o algún video de alguna carrera de mi hijo menor cuando corría, o algún otro video de mi hija cuando hacía baile o de mi hijo mayor jugando handball.
En fin, los respaldos, los sastres y otras yerbas ( o hierbas?).