Mi primer viaje a Alemania(y hasta el momento el único)

Nunca, hasta el 2019, había ido a Europa. Había visitado Argentina, Perú, Bolivia, Colombia, Cuba, México, y USA. Pero Europa nunca. Había intentado ir, pero por diversas razones, no había podido realizar ese viaje. Esta vez iba a ir con Rocío (mi nuera), Alexandra(su hija mayor) y con Isabella (mi única nieta, hija de mi hijo Diego y de Rocío).

El viaje había empezado a principios de 2019(o fines de 2018), pero se había ido postergando por el tema de las visas de las tres. Diego debía esperar tener visa de trabajo para que ellas pudieran viajar sin acreditar curso de alemán ni nada más. En un  momento dado estaba todo listo, pero le dicen que requiere una renta anual 300 euros superior a la que tenía. Se soluciona. Después (varias veces), falta  otro papel. Finalmente, vamos a Santiago a la Embajada de Alemania a buscar las visas. Me quedo en la camioneta. Rocío se baja con las dos niñas. Vuelve rápido. Con los pasaportes con visa incluida. Nos volvemos a Viña. Hay que ver el tema de las maletas. Como ya había fecha para las visas, los pasajes estaban comprados, pero solo unos días antes. Quedan dos días para el viaje. Rocío me pregunta si quiero ver las visas. Le digo que no, que deben estar bien. Lo pienso y le digo que sí. Por suerte. Leo la de ella y la de Isabella, al parecer están bien. Veo la de Alexandra y noto algo raro. Aparece que va de viaje de intercambio. Y que se va un día diferente al de nosotros. Y que debe volver en una cierta fecha. Le digo a Rocío. Vuelve a la embajada. Al rato, vuelve a la camioneta. Efectivamente se habían equivocado y habían confundido a Alexandra con otra niña que viajaba por estudios. Deben (suponemos) ubicar a la otra niña, porque en su visa debe aparecer que se va en una fecha diferente y no va a estudiar sino con visa de reunificación familiar. Llegamos s Valparaíso a preparar las maletas Rocío y yo a Quilpué  a lo  mismo (en realidad nunca preparo muchas cosas cuando viajo, unas poleras, unos shorts, una casaca, un par de  zapatillas, un par de zapatos o chalas, cepillo de dientes, desodorante, la kindle y sería).

Desde febrero, hasta que finalmente viajamos, en Septiembre, 1 ó 2, como ya conté, el viaje se postergó varias veces, pero sabíamos que viajábamos igual, el problema era cuándo.

Finalmente, como dije, viajamos en septiembre.  Los 4. El objetivo de  mi viaje, aparte de ir a ver a mi hijo,  era ayudar a mi nuera a sobrevivir el viaje con mi nieta, en esa época de 2 años recién cumplidos .El viaje duraba  32 horas. Con una parada de 15 horas, al menos, en Atlanta.

El viaje partió con las típicas despedidas. Rocío se iba con las niñas por, se supone, varios años, a Alemania, donde ya estaba instalado mi hijo. Como dice Tilusa:”dicen que las despedidas no son tristes, díle al que te lo dijo que se despida”.

En el counter de la línea aérea, logramos que las maletas fueran directo a Alemania. Si no, hubiéramos tenido que retirarlas en Atlanta, y andar con ellas para todos lados. Eran 6 maletas más los bolsos de mano. Iba toda su vida en ellas. O como dice Rocío:” nosotras enmaletamos nuestra vida y partimos”.

Pasado ese momento, con todas las alharacas posibles de parte de los involucrados, pasamos por Policía Internacional sin grandes novedades. Isabella (mi nieta) iba tranquila aún, no entendía nada y mucha gente le hacía gracias, así que estaba fascinada.

Sala de espera. Precios de locos por una bebida, agua, sándwich o lo que sea. Isabella de un lado para otro. Obligado a subirla al apa(en los hombros) durante un buen rato, para que Rocío descanse  un poco. Por fin el embarque. Dejar coche afuera de la cabina, subir maletas de mano, acomodarnos en los asientos. Rocío con Isabella y Alexandra. Yo al lado. Parte el vuelo. Isabella inquieta. Toma pecho y se duerme. Casi no despierta hasta llegara a Atlanta. No es el caso de Rocío, que venía saliendo de un rotavirus. Se hace amiga íntima del baño del avión. Mientras ella visita el baño, Isabella duerme. Yo no duermo nada en todas las horas de viaje. Leo en la Kindle. Al menos un par de libros esa noche. No recuerdo cuáles. Ese viaje leí como 20 libros o más, ya verán por qué.

Descenso en Atlanta. Coche, bolsos de mano, mochilas, Isabella. Pasamos por Policía Internacional. No se puede pasar ni agua. Ni bebidas. Ni menos comida. Nos hacen abrir mochilas, bolsos, bolsos de mano. Un millón de people en la cola. Al fin nos toca, relativamente rápido, porque, esta vez muy bien recibido, comienza el llanto de Isabella y el oficial, para evitar el escándalo que estaba formando, nos hace pasar casi de inmediato. Viajamos como familia. Se muestra el  pasaporte de todos de una vez. Que adónde vamos, que por qué. Pasamos. Salimos a la sala de espera del aeropuerto. No. Una de las salas de espera. Hay muchas. Intento hacer el check-in para el vuelo de la tarde. Cerrado el counter.  Es muy temprano. Hemos llegado cerca de las 5 AM. Intentamos entrar a una especie de VIP Center, al que se supone teníamos acceso por la tarjeta Master, pero hay que pagar y sale un poco caro. Pasamos al baño (gigantes, limpios) a lavarnos, mudar a Isabella.  Hay un metro que nos lleva, más tarde, al edificio que corresponde (estábamos en el A y debíamos tomar el vuelo en alguna puerta de salida del edificio D). Intento hacer el check-in del vuelo que sale en más de 13 horas  más. No se puede. Rocío compra algo para Isabella y Alexandra. Voy a comprar un yogurth Danone. 4 lucas. Un jugo, 2 lucas. Desisto. Sólo compro el yogurth, que finalmente no se come, pero no se pierde. En el salón frente a la puerta de salida del edificio D, nos instalamos a esperar muchas horas. Compro un M&M gigante. Los repartimos, 1 para ti, tres para mi.

Pasa el tiempo. Isabella inquieta. Pasa más tiempo. Isabella muy inquieta. Al apa. Paseo  por las salas de espera. La gente la mira. Ella feliz. Paseo por mucho rato, mientras Rocío duerme. Cargamos los celulares mientras tanto en los cargadores de la sala de espera. Compro una Coca Light de medio litro al precio de una de 4 litros. Voy al baño cuando Rocío despierta. Quedan  menos horas. Me toca dormir a mí. Hay aire acondicionado. Me enfrío. Me tapo con una chaqueta. Tendrá consecuencias, creo. Las “siestas “ fueron en el suelo de la sala de espera frente a la puerta de salida(para no tener problemas, como los tuve una vez en Miami, hace muchos años, situación que contaré otro día).

Por fin, después de tantas horas de espera, toca embarcar. Horas antes había hecho el check-in(ahora sí se pudo, pero cerca de las 12 AM). Subimos al avión, se repite la historia de Santiago. Isabella duerme casi todo el viaje. Yo nada. Me levanto, voy al fondo del avión, Converso con las azafatas. Algunas de bastante edad. Muy simpáticas. Saco galletas. Y Coca Light. Y  galletas (Lotus, muy rica, años que no las veía ni las comía).

A alguna hora (un par de horas antes de llegar a destino) se acaba el mar (que habíamos  logrado ver cuando empezó a amanecer) y se ve tierra. Es Inglaterra. Luego desaparece. Y se ve tierra de nuevo.

Llegamos a Alemania. Bajamos del avión. Policía Internacional. Nos preguntan que dónde vamos, que por qué. Dirección. Explico en alemán. Me entienden (oh sorpresa). Pasamos. Recogemos maletas (las 6). Intentamos coger un carrito para las maletas, pero nos pide un euro en moneda (no hay billetes de un euro), que no tenemos, así que salimos acarreando 6 maletas, bolsos de mano, mochila e Isabella. Nos esperan Diego y Christian(el dueño de la casa que arrienda Diego). Abrazos, besos, saludos. Pasamos al McDonald’s.  Yo no me siento bien. Casi no como.

Subimos al auto, especialmente arrendado para la ocasión. Llegamos a la casa. Voy directo al baño. Casi me voy por el baño.

Tres días en cama. Con un poco de fiebre. Al parecer un rotavirus. Mala recepción de parte de Alemania. ¿Habrá sido un enfriamiento en el aeropuerto de Atlanta? ¿O los M&M?. ¿O  el rotavirus del que venían saliendo Rocío y las niñas cuando salimos de Santiago(yo no las había querido ir a ver los últimos dos días por eso)?. Tres días de apenas poder moverme (por lo agotado que andaba) después de los 3 primeros días en cama. Al menos leí mucho.

Primera semana en Alemania, Europa, enfermo. La segunda semana fue un poco mejor, pero me cansaba de caminar una cuadra. La tercera y cuarta semana casi normal.

El dueño de casa, Christian, juega handball. En un equipo de octava división del estado en que viven. Me invita a ver un partido del equipo de la ciudad, que está en segunda división(y que me informó la semana pasada que había subido a primera). A todo trapo, gimnasio lleno. Revista del club a todos los asistentes. La entrada 10 euros. Más la bebida (cerveza para él, de un litro, en el entretiempo y a la llegada) y un choripán. Por eso fuimos en bus y no en auto. Por la cerveza.

Me invita a ver jugar a su equipo de octava división una semana después. Vamos. Va también su esposa, Patricia, que es la encargada de la mesa (es decir, de llevar el marcador y otras cosas). Ellos son locales. Son casi solamente masters (sobre 35 años, algunos bastante mayores). Me siento a mirar el partido, y mientras espero, veo el que se está jugando. Es de infantiles. Lo curioso es que es mixto. Hombres y mujeres (niños y niñas en realidad).

Termina ese partido, y salen a la cancha los jugadores. Pelotean, precalientan. No se inicia el partido. Uno de los jugadores del equipo de Christian (ya me los habían presentado), se acerca y me dice, en alemán, que los árbitros no llegaron. Que si quiero arbitrar. No quiero. Nunca lo he hecho. Me distraigo fácilmente. Se va. Vuelve. Que por favor arbitre, si no, el partido no se puede jugar. Me niego. A la tercera (soy fácil,  parece), acepto. Se comprometen a no alegar. Sé que no se va a cumplir esa promesa. 30 minutos por lado. Me pasan un pito. Y las tarjetas. Por suerte ando con short negro.

Al principio no hay  mucho que cobrar. Los goles y los saques. No ponen problemas. Un jugador del otro equipo empieza a mosquearme. Que cobro a favor del equipo dueño de casa. No es cierto, lo que pasa es que no quiero problemas ni discusiones. Sigue hinchando. Estoy que lo echo (por 2 minutos, y sin h, con h lo habría hecho)). Me controlo. Lo controlan. Termina el primer tiempo. Van de gol en gol. Creo que el primer tiempo ganan los locales por dos o tres goles.

Segundo tiempo, visitas empatan. Logro manejar el partido. Nadie alega mucho. Parece que en el entretiempo le pegaron una retada al díscolo.

Llega el último minuto. Los locales uno abajo. Empatan. Queda uno de ellos tirado en el piso (en ataque) y lo voy a ver. El equipo local jugaba con 7 jugadores de campo (sacan al arquero y ponen un ofensivo). Después del gol, el arquero va retomando su posición, y mientras lo hace, el díscolo lanza al arco y la pelota entra.  Yo estaba con el lesionado, ya recuperado. Anulo el gol, pues no había dado partida.

Imagínense. Se me viene el díscolo encima. Es de mi porte, así que llega hasta ahí no más(es díscolo pero no gil).

Los jugadores se duchan. Todos los de la visita se despiden de mí, y me dan las gracias, todos  menos uno. Me comentan que cuando jugaba en equipos de primera y segunda división, siempre lo echaban por alegar. Y pelear con los rivales y árbitros. Que debiera haberlo echado.

Los locales se quedan conversando. Yo estoy muerto de cansado, venía saliendo de las dos primeras semanas. Me dan las gracias. Nos vamos a la casa. Duermo, pero antes leo.

Dos semanas después vuelvo a Chile.

En la vuelta a Chile suceden dos cosas curiosas. Una es que como Christian me regala unas poleras que ya no usa(es de mi talla), decido echarlas a la maleta a última hora. Me dejan en el aeropuerto (el estacionamiento sale extremadamente caro, así que Diego e Isabella sólo se quedan 5 minutos), me pongo en la cola del counter. Me atiende una señora de la línea aérea que me hace  muchas preguntas. Le contesto en alemán. Me dice que hablo bien alemán (me lo dijeron muchas veces), y que bueno que vi a mi nieta, y que me vaya bien, que pase directamente a hablar con la persona del counter. Resulta ser una joven alemana, bastante desagradable, que me dice que la balanza acusa que llevo más de los 23 kilos permitidos. Intento hacerla cambiar de opinión, pero mi increíble simpatía no basta. Saco las poleras de la maleta. Aún con sobrepeso (la maleta, no yo). Saco más poleras, hasta que llego al peso (en realidad la masa, pero bueno).  La  maleta se va a Chile (por suerte, si no tendría que haberla andado trayendo en Atlanta, esta vez durante 8 o 9 horas solamente. Con 10 poleras en la mano, pienso en echarlas a la basura, pero se me ocurre (a veces soy brillante), ponerme dos. Quedan 8. Empiezo a meter poleras en el bolso de mano. Quedan dos. Me las meto entre la parka y el cuerpo. Nadie dice nada. Nunca me pesan el bolso de mano. Llegan todas a destino y a veces las uso. Son de algodón, tipo polo(o sea con botones en el cuello).

Lo segundo es tragicómico. Por salud, debo tomar un cierto medicamento (para que no me carguen, no es azul). El último me tocaba en Atlanta. Llegando a Atlanta (galletas Lotus y Coca Light de por medio), me la tomo (la pastilla, que no es azul). Esta vez logro hacer el check-in casi de inmediato (cosas de los aeropuertos y líneas aéreas). Eso me extraña. Le pregunto al encargado del counter el motivo de su tan temprana presencia y, para entablar conversación, si el vuelo partirá a la hora (faltan horas aún, así que es difícil saber si está atrasado). El tipo me dice que el vuelo está sobrevendido. Y que si quiero quedarme un par de noches (hotel pagado de por medio) en Atlanta, y ceder mi pasaje. Me ofrece algo así como 400 dólares. Le digo que lo pensaré. No tengo medicamento para tantos días. Consulto por wsp con mi médico favorito, me dice que mejor que no. Se me acerca el tipo nuevamente. Me ofrece  un pasaje ida y vuelta a Alemania. Le digo, con el dolor de mi alma (y mi bolsillo) que no. Me alejo del counter para no tener tentaciones y arrepentimientos. La próxima vez traeré una caja de pastillas de más por si acaso.

Finalmente, viajo tranquilo y sin contratiempos. Llego a dormir, Son 6 horas de diferencia horaria.  Volveré. Hasta la vista baby.