Ahí estaban los perros de nuevo, ladrando, acometiendo, al parecer enojados. Perros de casa de campo. En realidad perros de casa de cerro en este caso. Porque eran los perros de la única casa por la que tenía que pasar cuando trotaba desde el Sporting hacia Sausalito por el cerro, tantos años atrás. Tantos que ya son décadas.. Originalmente, ese trayecto lo hacíamos varios. Era parte del entrenamiento. Muchas veces era el calentamiento. Debe haber sido en su tiempo una media hora trotando, partiendo de la pista de ceniza (ceniza para ser benévolo) del Sporting, justo en medio de las pistas de carrera de arena y de pasto, al lado de las canchas de rugby, que a veces servían de cancha de fútbol, y donde la pelota daba unos botes inimaginables, por lo que no había que dejarla rodar mucho. Nos mandaban a trotar, subíamos al cerro. La primera subida era pesadísima. Había una curva casi en 360º, es decir, se subía unos 100 metros y luego girábamos casi en sentido contrario de la subida, para seguir subiendo otros 200 metros hasta llegar a las inmediaciones de la casa del cerro. Ahí aparecían los perros. Usualmente eran 5 ó 6. Quiltros, sin querer menospreciarlos claro. Mestizos se dice hoy. El camino pasaba por el lado de la casa, que tenía un cerco. El cerco era de madera. Rodeaba toda la casa. Pero por supuesto, a ese cerco le faltaban algunas tablas de maderas o algunas madreas tenían algunos agujeros, por donde pasaban los perros, que salían a nuestro encuentro. A mi encuentro, cuando iba solo. Porque muchos años después de eso (los primeros trotes por ese cerro deben haber sido por el año 1978-1979), seguía haciendo ese recorrido, partiendo desde mi casa (estaba viviendo muy cerca del Sporting, y aún se podía entrar al Sporting sin pagar). Había que espantar a los perros. Pero no bastaba con gritarles, aunque a veces sí. Por eso, cuando empezaba a subir al cerro, agarraba unas piedras, usualmente del tamaño de mi mano, y las llevaba firmemente apretadas en mi puño, mientras trotaba. Una en cada mano. Y con ellas amenazaba a los perros. Siempre resultaba. Nunca me mordieron. Lo más cerca que estuve fue una vez, la primera, que no llevaba piedras. En realidad, no sé si alguna vez esos perros mordieron a alguien. Probablemente sólo les interesaba mantener a los que pasaban por ahí alejados de la casa. Una vez que se pasaba la casa del cerro, el camino era Jauja. Ya no se encontraban más perros. Salvo una que otra vez, pero no eran de casa, sólo vagaban por ahí. Después de un par de kilómetros de trote, se desembocaba en la bajada que llegaba al lugar donde los choferes de las victorias(¿cómo se llamarán?,¿ victorianos? ¿Victoristas?, ¿victorinos?) guardaban los caballos de las victorias. Ahí también había perros, pero se podía pasar por otro lado para que no nos molestaran ( o no los molestáramos a ellos). Ahí nunca hubo problemas. Luego dábamos unas vueltas a la laguna (cada vuelta de casi 2,5 km), y volvíamos a la pista (por el camino normal, es decir, bajando Sausalito, y entrando por la puerta del Sporting en calle Los Castaños). En la pista realizábamos el entrenamiento que nos correspondía ese día. A veces era sólo el trayecto del cerro y varias vueltas a la laguna, y otras un trabajo diferente en la pista.
Hoy ya no se puede entrar al Sporting sin pagar, ni a las inmediaciones del Estadio Sausalito tampoco, así que si uno quisiera trotar alrededor de la laguna, tendría que partir de la puerta del estadio, en dirección a la subida hacia la PUCV, y llegar solamente hasta la puerta interior del estadio por el otro lado, donde estaban las canchas de tenis. Muy fome. Hasta unos años atrás, dejaba el auto en las canchas de tenis, me daba unas vueltas a la laguna, hacía elongaciones y hasta subidas, y volvía a casa. Claro que cada vez eran menos vueltas y menos subidas. Hace algunos años (entre 8 y 10 años), intenté ir por el cerro desde el Sporting al Sausalito, pero parte de eso está construido, así que ya no es posible.
Lo mismo me pasó con el circuito que hacía trotando en Jardín del Mar, donde viví varios años. Ahí salía con mi perro, Boqui (en realidad se llamaba Apache von Evans, creo, cosas de la inscripción de razas y eso), un pastor alemán que me acompañaba siempre. Creo que muy pocas veces salí a trotar por las inmediaciones de Jardín del Mar sin él. Era muy perspicaz. Cuando yo llegaba de clases, a veces salía a trotar. Otras veces ya había entrenado durante la mañana o la tarde. Pero cuando salía a trotar, bastaba con que, dentro de la casa, tomara las zapatillas, para que el Boqui comenzara toda una serie de piruetas en el patio. Sabía que le tocaba salir. Me esperaba frente a la puerta de la casa. Comenzaba a trotar en la calle de cemento, pero a los cinco minutos, ya estaba en el cerro, donde no había nada, sólo tierra, matorrales, piedras, quebradas. Nos topábamos, siempre, con una manada de varios perros y el Boqui se iba a ladrarles. Tenía que llamarlo varias veces para que volviera al lado mío, cosa que siempre hacía, por suerte, porque los otros eran muchos perros. Lo hubieran destrozado. Afortunadamente, al parecer alguien vivía en las inmediaciones, porque no se movían mucho del lugar en que usualmente estaban. El trayecto completo debe haber durado, a trote rápido, unos 40 minutos. Llegaba cansado, y el Boqui también. Con el tiempo, esa zona se fue poblando y ya no fue posible salir a trotar para ese lado. Además, me cambié de casa. Eso fue por los años 80.
En Quilpué, hasta hace no tantos años, tenía un circuito que era subir desde mi casa a Lomas del Sol, por la subida que está casi frente al Salvatore. El Salvatore es un restorán de comida italiana propiedad del Salvatore, que llegó de Italia casi de adolescente, con estudios de cocina, y que partió haciendo masas y pizzas repartiendo a domicilio, hasta que lograron, con su familia, padre y madre, armar un pequeño restorán, que hoy es de los más prestigiados, y caros, de Quilpué. La familia de Salvatore, padre y madre, emigraron a Italia por cortesía del Departamento de Turismo del Ministerio del Interior de la época de los años 70. Allá hicieron familia y nació el hijo menor, al menos, Salvatore. Cuando volvieron a Chile, el resto de los hijos quedó allá. Yo les compré desde que comenzaron y, cuando finalmente lograron timbrar boletas y empezar legalmente con el restorán, la boleta número 1 me la dieron a mí. Fui el primer cliente en comprarles una vez legalmente establecidos. La madre (QEPD) y el padre de Salvatore siempre fueron muy amables conmigo. Y siempre que nos encontrábamos, ya fuera en el restorán o en otro lado, nos quedábamos conversando largo rato. Hace no mucho tiempo, la mamá de Salvatore murió. Lo sentí mucho. Supe, por Salvatore, que había pasado por algunos problemas de salud anteriormente, que habían hecho crisis y desembocado en el resultado final. El padre de Salvatore está aún vivo.
Con respecto al circuito del trote, subía por la subida antes mencionada, llegaba a Lomas del Sol, y seguía subiendo por el cerro, por mano derecha, 20 o 30 minutos hacia arriba. Luego bajaba rápidamente (cuando las rodillas me lo permitían). En total, el circuito era de entre 30 y 60 minutos. Hoy es más difícil, si no imposible de hacer. Está todo construido y el camino que seguía en ese momento está obstruido por las casas y condominios. Además, no creo poder llegar hasta donde llegaba antes, aunque se pudiera.
Cuando viví en Santiago, el circuito era bordeando el Canal San Carlos, que fue donde una vez vi un muerto, como ya lo conté en otra oportunidad.
Alguna vez, subí trotando por Sausalito, hasta arriba, pasando por la Adolfo Ibáñez, los Padres Franceses y llegando a la copa en Miraflores Alto, por el camino de autos. Llegué agitado pero contento. También subí muchas veces trotando a Granadilla por el camino de autos. Y al menos una vez por Limonares hasta la entrada del jardín Botánico. Sólo por jugar. Hoy aún troto, despacio. Tan despacio que hace unos años me hubiera dado vergüenza. Pero quedo bastante cansado. Ya mejorará. Empecé hace poco de nuevo.
Cuando tenía menos de 18, vivía en Salinas, y trotaba desde mi casa hasta 1 norte ida y vuelta. L agente me gritaba desde los autos, desde cómprate un auto Perico hasta insultos. No era normal ver gente trotando por la calle. Por eso me alegra cuando veo gente de todas las edades trotando por la calle, y me acuerdo que debo haber sido de los primeros en hacerlo en forma normal. Normal en cuanto hacerlo como rutina. En esos tiempos, había una corredora llamada Dora González, que trotaba a diario. Me la encontré en el Easy de 1 Norte hace unos meses (ella trabaja ahí) y la saludé. Me contó que seguía trotando y aún participaba en corridas (esto fue antes de las cuarentenas). Otro personaje que era usual verlo trotando en los años 80 era Jaime Bastías, que tenía una particular manera de trotar. Hasta hace unos años, aún lo veía, pero como ahora circulo poco por Viña, no lo he visto más. Debe andar por los 80 años ya.