Mi entrenador (y amigo)

Mi entrenador

Llegué, proveniente de Concepción (en realidad de Talcahuano) a Viña del Mar a vivir a Salinas. En realidad, volví, porque desde ahí había partido a Talcahuano. Era 1976. El año que volví. Verano. En Salinas, frente a la playa Salinas casi, había (aun hoy hay) un estadio. En ese momento, ese estadio tenía una cancha de fútbol de pasto y una pista atlética de ceniza (pero muy ceniza, es decir, bastante mala). Aún ni siquiera soñábamos en Chile con una pista de rekortán u otro material sintético. En ese estadio, en la cancha de fútbol, cuando más pequeño, jugábamos con los chicos de la población, casi ninguno con zapatillas, yo al menos con botas, durante horas.

Mientras viví en Talcahuano, estudié en el Colegio Alemán de Concepción. El primer año que viví ahí, 1974, sufrí durante casi todo el año de una tos, semejante, creo, porque nunca la tuve, a la tos convulsiva, también llamada coqueluche. Sufría de tos permanente, imparable, durante gran parte del día.  Eso hizo que me tuvieran que inyectar, durante varias semanas, varias veces a la semana, según recuerdo, algún tipo de antialérgico o lo que fuera. Durante casi todo el año estuve impedido, por prescripción médica, de hacer deporte. A diferencia de otros compañeros, para mí el deporte siempre ha sido (y  sigue siendo, aunque a veces no se note), uno de los ejes que mueve mi vida. Por eso, no hacer deporte gran parte de ese año fue, al menos para mí, terrible.

Vivía en una casa, que describí en algún momento en un texto hace meses, que tenía 15 ó 16 habitaciones, muy alta, a orillas del mar, muy helada y húmeda.  Al parecer era esa humedad la que me producía esos accesos de tos,  porque, dado que periódicamente, cada uno o dos meses debía viajar a Viña a control con el ortodoncista, los accesos de tos se me quitaban totalmente llegando a Viña.  En Viña del Mar alojaba donde mis amigos Ternicién o donde mis tíos López Casas. Volviendo a Talcahunao, la tos comenzaba de nuevo. La estadía en Viña nunca duraba más de un día, pero sin tos.

Probablemente ese tratamiento de inyecciones hizo algún efecto, porque n algún momento del segundo semestre de ese año pude comenzar a hacer deportes. Al  otro año nos cambiamos a una casa que no quedaba a la orilla del mar, más nueva, con techos más bajos, sin humedad, y la tos no volvió nunca más. Ahí comenzó mi vida atlética. Comencé a entrenar, con mis compañeros de colegio, de mi curso y otros cursos, en la Universidad de Concepción. Mi entrenador era Vicente García, entrenador de atletismo de dicha universidad. No recuerdo por qué llegamos a la universidad. Sí recuerdo que, además de los del colegio, entrenaban también otros adolescentes, que terminaron siendo medio amigos, como Villafañe, que era velocista, Muller, que era mediofondista, y su polola que también lo era, Melita Schussler, lanzadora de bala, y de mis compañeros recuerdo a Ralph, Mario, Karl-Heinz, Jimmy y alguno  más. Partíamos trotando del colegio, que quedaba a orillas de la calle Víctor Lamas, esquina Colo Colo, subíamos al Mirador Alemán, llegábamos por el cerro a la universidad, y ahí directamente a la pista y luego al gimnasio, o a veces al revés. En la pista se hacía ascensiones y carreras, en el gimnasio, principalmente abdominales con sacos de arena. Los fines de semana había campeonatos, donde me tocaba correr 80m, y 800m. También entrenaba con nosotros, pero con las mujeres, mi hermana.

Cuando supe que debíamos volver a vivir a Viña del Mar, hablé con Vicente y le pregunté por algún entrenador con quien entrenar en Viña. Me dio 3 nombres. René Salazar(que falleció hace unos días, y al que sólo vi unas cuantas veces en mi vida, aunque sé que era un gran entrenador), Jorge Díaz y Jaime Silva. No en ese orden. Cualquiera de ellos, me dijo.

Una vez que llegué a vivir a Viña, me fijé que en el estadio había gente entrenando los martes y jueves. Bajé a preguntar si conocían a alguno de los tres. Hablé con un señor (en ese tiempo, si lo vemos ahora, era más joven que yo hoy). Le pregunté si conocía a alguno de ellos. Me dijo que conocía a Jaime Silva, porque era él mismo. Le expliqué que venía de Concepción y que Vicente me había dado su nombre. Comencé ese mismo día a entrenar con él. Mi hermana también.

Comencé a entrenar para correr 400 y 800 m planos. Además de él, también entrenaban en ese estadio Manolo Salazar y sus atletas.

Ahí, en ese estadio, conocí a algunos que hasta hoy son mis amigos. Y a otros que no he visto hace muchos años, pero de los que sigo enterado de sus vidas por algunos de los que sí frecuento. Debo decir que entrené cerca de 10 años, así que el grupo fue cambiando de personajes, pero entre todos los deportistas con los que entrené están Jaime Silva hijo, Víctor Migliaro(me acabo de enterar que está enfermo, así que Fuerza Víctor), Pato Yokota(que hoy es un connotado neurocirujano), Carmen Gloria Drago (cuyo padre fue, muchos años después, profesor mío en la UTFSM), George, Brian y Gabriela Biehl (cuyo padre era dirigente deportivo, al igual que yo lo fui después cuando mi hijo menor fue atleta), Juan Meza, Laurita Kettels (que por lo que sé, vive en USA), Guillermo Reyes (cuyo padre, por cosas de la vida, había sido profesor de mi madre, a quien nunca le gustó el deporte), José Miguel Barros (que era lanzador de bala, posteriormente abogado y que alguna vez ganó un concurso de canto en la TV, hace muchos años), Silvio Bozzollo (a una de cuyas hijas o sobrinas, creo, le hice clases en aluna universidad de la zona), Manuel Madrid(vallista, igual que mi hijo, que estudió también el la UTFSM, pero Ingeniería Civil), Giulio Pecchenino(hijo de Lukas), José Hernández (lanzador de jabalina y hoy entrenador de su disciplina), René Carmona (garrochista y hoy profesor de Eduacación Física), Hernán Moya (velocista y hoy también profesor), Alfredo Saavedra, Beatriz Arancibia (gran campeona chilena y sudamericana de salto alto), Wilson Le-Cerf, Richard Timmermann, Macarena Diez, Héctor Perucci (QEPD), Graciela Castro, Carmen Gloria Farfal (con quien me reencontré muchos años después en su casa en Quillota), Nicolás Adriazola (a volví a ver hace unos días gracias a Facebook, y que hoy es un conocido cirujano plástico e la zona, Walter Weiss (uno de cutos hijos, lamentablemente fallecido hace varios años, fue compañero de colegio del mayor de mis hijos), Alexis Lam, Verónica Valderrama, Patricio Gorigoitía, Alberto Toutin(que por lo que sé hoy es sacerdote), Gonzalo Montt y tantos más.

En ese estadio entrenamos dos o tres años, y luego debimos irnos a entrenar a la pista del Sporting. Hay una anécdota que muestra lo que varias veces he afirmado en los textos que escribo. Cuando una persona ve que ostenta un cierto poder sobre otras, se siente, al parecer, obligado a demostrar que tiene ese poder. Como yo vivía a un par de cientos de metros del estadio, a veces me tocaba ir cuando no había nadie,  porque en el horario normal de entrenamiento tenía clases o por algún otro motivo. Recuerdo que para la fecha del campeonato Nacional Escolar El Mercurio del año 1976, yo había estado lesionado y necesitaba, ya recuperado, entrenar. Así que partí a la pista. Precalenté (lo que significa que troté 15 o 20 minutos, hice elongaciones y ascensiones), Cuando iba a ponerme a entrenar de verdad, apareció un personaje llamado Ignacio Hernández, que trabajaba en la Escuela de Ingeniería y que, según él, estaba a cargo de la pista. Este personaje además era relator y/o comentarista radial de fútbol. Me dijo que tenía que irme. Le expliqué lo mejor que pude que necesitaba entrenar porque estaba cercano el Nacional y había estado lesionado. Le dije que yo vivía en la Población Naval, así que tenía derecho a usar la pista(en realidad no tenía idea si tenía derecho, pero ..). Le expliqué que nadie la estaba usando, como él  mismo podía ver. No hubo caso. Él era el administrador y no se podía ocupar. Tuve que irme. Le conté a mi padre. Habló con él al día siguiente. Él mantuvo su postura, a pesar de que todo indicaba que la pista estaba para usarse.

Años después, le tocó entrevistarse con mi padre para una posible pega. Al entrar, al parecer reconoció a aquél con quien había discutido acerca del uso de la pista. Se echó al agua sólo. Se retiró.

Sigo con el tema de los entrenamientos. Mi entrenador vivía en la Quinta Claude, desde su departamento se veía la pista del Sporting. Sólo cuando veía que había llegado una cantidad decente de atletas y estaban precalentando, bajaba en su auto y comenzaba el entrenamiento.No demoraba más de cinco minutos en llegar.

Como él era profesor de la carrera de Educación Física de la PUCV (entonces UCV), hacía clases de Teoría del Entrenamiento los días miércoles y viernes, si mal no recuerdo, durante toda la mañana en la pista del Sporting. Yo aprovechaba de entrenar esos días a esa hora, para que me controlara los entrenamientos. Más adelante, me tocaría entrenar solitario sólo varios días a la semana. Como yo estaba dos días a la semana, durante todo el año, junto con sus alumnos, entrenando(aunque no hacía los mismo que ellos), muchos pensaban que yo estudiaba Educación Física. Incluso aun hoy encuentro a personas de esa época que piensan que soy profesor de Educación Física, y no me creen que estudié (e incluso me titulé) de Ingeniero Civil Químico.

Luego me casé, fui padre, comencé a trabajar viajando a Santiago y dejé de entrenar. Claro que antes de dejar el deporte (temporalmente) no sólo entrenaba atletismo, sino que también handball y fútbol. Hay diversas opiniones acerca de mi cometido en los tres deportes. Pero en realidad lo que vale (al menos para mí) es que siempre me gustó lo que hice. O al revés. Siempre hice lo que me gustó. Hasta hoy. Nunca he dejado de hacer lo que he querido hacer. Hasta el momento. Probablemente sólo tengo una deuda conmigo mismo, de la que alguna vez hablaré.

Al dejar de entrenar, dejé de ver a mi entrenador durante algunos años, pero luego de ese intervalo, volví a visitarlo y me convenció que lo ayudara en la directiva de la Asociación regional de Atletismo. Me convenció, digo, pero en realidad es difícil convencerme de algo si yo no quiero, así que en realidad debiera decir que me dio la oportunidad. Lo hice porque mi hijo era atleta en esos momentos, seleccionado de Chile durante dos o tres años en categorías menores. Era una manera de apoyarlo, me dije. Primero fui secretario dos períodos. Luego dos períodos presidente. Incluso formé parte del comité de Ética del Federación de Atletismo de Chile (que  no siempre era  tan ético, así que me retiré). En esa etapa conocí a varias personas muy valiosas, entre ellos a Pablo Squella, Antonio Postigo, Karen Gallardo, Tulio Moya, Víctor Hugo Sepúlveda y muchos otros que olvido en estos momentos. También hubo algunos que me desilusionaron y con los cuales corté relaciones.

Una vez que cumplí los dos períodos permitidos en el cargo, me retiré de las lides directivas, para, espero, no volver más. Es bastante agotador estar lidiando con los egos de tantas personas. Lo mejor y lo peor del ser humano se ve en esos momentos. Usualmente no de los deportistas, sino de entrenadores y dirigentes.

Hasta el día de hoy, visito a Jaime, mi entrenador, en forma periódica. En realidad a los dos Jaimes, padre e hijo. Hace poco sufrió la pérdida de Sonia, su mujer durante más de 60 años, muy querida para mí, también ligada desde siempre al atletismo.

Cada tanto, me encuentro con algunas personas, hombres y/o mujeres, que me conocieron en alguna de esas etapas. En general me acuerdo de todos, aunque a veces no.

Como para recordarle a uno que la vida es bastante circular, un querido amigo, fallecido hace un par de años y con quien me reencontré después de muchos años, alrededor de 2009, estaba casado con otra de las atletas de esa época, pero que entrenaba en Valparaíso. Y una de sus hijas fue compañera de universidad de mi hija. Y su pareja (la de su hija) era uno de las atletas que fueron a Lima al Sudamericano Adulto cuando yo fui de encargado de delegación, en 2009. Ahí conocí a un par de personajes  nefastos. Ya están olvidados. Y desaparecidos del panorama atlético nacional, por suerte.

Con respecto a Vicente García, mi entrenador de Concepción, sé que jubiló. Lo llamé alguna vez, décadas atrás. Luego, lo fui a ver a su oficina en la U de Concepción para saludarlo personalmente, pero no lo encontré. No he sabido más de él.

En mi vida atlética me ofrecieron dos veces cambiarme de entrenador. Una vez después de una carrera de 800 metros en Valparaíso (en realidad, no fue un ofrecimiento directo). Otra vez en forma más indirecta por medio de otra persona. No quise. Ya tenía al mío. Hasta hoy.