El orden. Me carga el orden. Pero ¿qué es el orden? El orden no depende de cada uno? Cada uno tiene su propio orden, nadie puede definir lo que es el orden para otra persona. El orden es un acuerdo entre dos o más personas, donde uno o varios de ellos se someten al orden que una o más personas deciden que debe reinar en su vida, hogar, oficina o donde sea.
Claro que hay lugares, momentos, situaciones, donde es imperativo un orden. Por ejemplo, en una biblioteca. Si no, no se podría encontrar ningún libro. Incluso ahí, en las bibliotecas, me refiero a las antiguas, el orden dependía del bibliotecario, quien le enseñaba a sus discípulos cómo estaban ordenados los libros. Si no eran inencontrables. Y cada bibliotecario tenía su propio orden. Es muy probable que si un bibliotecario de la una abadía iba a otra, e intentara encontrar un libro en esa otra biblioteca, usando su método de clasificación, no encontrara nada. Es muy probable.
Hasta que alguien inventó o propuso un cierto tipo de clasificación, por área temática, autor, título, editorial o lo que fuera. En esos tiempos no había tantos libros, así que no era tan complicado. Luego la cantidad de libros comenzó, gracias a Gutenberg, a aumentar en forma exponencial. Y ahí se creó el problema antes mencionado.
En algún momento se tuvo diferentes tipos de ordenamiento o clasificaciones de libros, hasta que Melvil Dewey, en 1876, creo una clasificación decimal, que es la que aún se usa.
Dewey dividió el conocimiento en nueve grandes categorías: filosofía, religión, ciencias sociales, filología, ciencias naturales, técnica y ciencias prácticas, arte, literatura e historia y a cada una de ellas les asignó una cifra de tres dígitos.
Lo interesante de esta clasificación es que cada cifra, puede subdividirse muchas veces para lograr identificar claramente cada materia. Esto se hace para organizar los libros en las estanterías, de forma que todos los libros que traten sobre una materia específica queden ubicados en el mismo lugar.
Con ello se logró que si uno busca en cualquier biblioteca del mundo, se encuentre lo que se necesite. Pero esto, por supuesto, no se universalizó de un día para otro. Demoró.
Tal como demoró instaurar el metro, el kilógramo, y otras unidades que a nosotros nos parecen tan básicas. Incluso la definición de dichas unidades no es nada de simple, pero para nosotros son como caminar. Como ejemplo, digamos que un pie, en diferentes pueblos, hace no más de 300 años, era diferente. En un caso era más largo y en otros más pequeño que en los demás pueblos. Costó años lograr que en un mismo país se usara las mimas unidades de peso, longitud y tiempo, y aún más que ello ocurriera en diferentes países, dado que con ello se involucraba hasta la soberanía de dichos países, si es que aceptaban medidas impuestas `por otros países. En Francia, por ejemplo, se creó una comisión dedicada a ello, que demoró años, décadas en lograr resultados. Esta comisión estaba integrada por reconocidos científicos, muchos de los cuales fueron muriendo, renunciando o fueron incluso ejecutados cuando la Revolución Francesa. Todo esto se cuenta con lujo de detalles en un libro llamado el Metro del mundo, que aún estoy leyendo.
Vuelvo al orden. El orden es relativo. Una persona puede ser muy ordenada (no es mi caso), pero ordena de manera diferentes a otra persona muy ordenada. Depende de cómo le enseñaron, dónde le enseñaron, cuándo le enseñaron. Hay diferentes tipos de órdenes (según yo), muchos de ellos inútiles. Pero hay que adoptar un cierto orden (o al menos intentarlo) en al menos el hogar que se habita. Cuando vivía con mis hijos, la premisa era que en sus piezas hacían lo que querían (eso sí debían limpiar cada tanto, por las arañas y esos bichos rastreros), pero había lugares de la casa (los comunes) que debían limpiarse en forma constante (digamos una vez a la semana, al menos). Mi escritorio no se tocaba, porque si no luego no encontraba nada. Si otra persona ordenaba, me refiero. Me ocurría en la cocina cuando la señora que alguna vez hizo el aseo, lo hacía. Cuando quería cocinar, no encontraba algunos utensilios básicos, y cuando le preguntaba la siguiente vez, los había guardado en algún lugar del cual jamás yo hubiera sospechado que pudiera albergar dichos utensilios.
El orden. Es tan relativo. Depende de quién ordena. El problema es cuando se convierte en una manía. Conozco mucha gente que es, según ellos (o ellas) minimalista. Y eso porque necesitan orden en su espacio. Y como ya se sabe, mientras más cosas hay en un espacio, más difícil es ordenar.
Jamás se me ocurriría ir a una casa y ponerme a ordenar. Lo más que hago, si me lo permiten, es lavara la loza después de almorzar, tomar once o cenar. Pero ordenar jamás. Sería, de mi parte, una falta de respeto. Porque encontrarían que quedó todo desordenado.
El orden. A veces es una manía. Cuando la gente sufre por el orden, no lo entiendo. Para qué sufrir. Sé que estamos condenados, muchas veces, a repetir lo que vimos o nos enseñaron cuando éramos pequeños. El orden es una de esas condenas. Hay que intentar, digo yo, desligarse de esas manías. Las manías impiden nuestro crecimiento. El orden no es lo más importante de la vida. Puede ser importante, pero no lo más importante. Por lo menos para mi, la felicidad, el bienestar, el estar tranquilo, no depende del orden. Es cierto que a veces se me pasa la mano. Hasta yo me doy cuenta. Tampoco hay que caer en el otro extremo. Todo en su debida medida. El desorden también es bueno, al menos a veces. Recordemos que la entropía es desorden. Y la entropía crece a cada momento, aunque no lo veamos o no lo entendamos. Me refiero a la entropía del universo. Y quién soy yo para oponerme al universo. O a la entropía.
El orden. El desorden. La entropía. El universo. Yo.