En ese tiempo estaba pasando por un mal momento económico(pasé por varios durante mi vida, por suerte hoy no). Acababa de volver a vivir con mis hijos y uno de ellos estaba estudiando en el Conservatorio de la UCV. Había que pagar mensualmente una cierta cantidad, no recuerdo cuánto. No era tanto, pero tampoco era muy poco. Y cuando no hay plata no hay ni para poco ni menos para mucho. Mi hijo me avisó que no le habían querido hacer clases porque la cuota estaba impaga. Como había que solucionar el problema, fui al Conservatorio, que quedaba en calle Viana, cerca de la sede del Everton.
Llegué a la recepción y pedí hablar con el director o encargado del conservatorio. Me dijeron que no se podía, que no estaba, que estaba ocupado, que no recibía padres o algo así, no recuerdo. Intenté hablar, razonar, dialogar, conversar con la secretaria, pero fue imposible. Inicialmente, fui de lo más amable, aunque algunos digan que no. Cuando vi que no había ningún interés por escucharme (yo intentaba pedir que me dejaran pagar más adelante o dejar un cheque, para que mi hijo pudiera ir a clases), mi tono pasó del volumen inicial (que nuca es muy bajo) a otro que ya denotaba impaciencia, primero, y luego franca molestia. Aún así, no fui escuchado ni recibido. Es posible que se cuente otra historia, pero nunca, en ningún momento, jamás, por ningún motivo, proferí absolutamente ningún improperio contra la persona con que intentaba hablar. Yo diría que inicialmente se me faltó al respeto a mí, por no querer ni siquiera escuchar lo que quería decir. El final de la no-conversación fue el esperado. Alcé la voz, muy probablemente mucho. Y me fui.
Al otro día (incluso puede haber sido el mismo día), recibí un correo electrónico (puede haber sido una carta, en cuyo caso fue al otro día), en que se me comunicaba que mi hijo estaba prácticamente expulsado del conservatorio, porque ellos no querían tener alumnos con “esos malos hábitos de insultar a la gente”, y que lo único que podía revertir esa situación era una disculpa de parte mía hacia la secretaria agraviada, decía la carta. Estaba firmada por el director del conservatorio. No se me pedía mi versión de los hechos, sólo se me comunicaba una decisión basada en la versión de una de las partes.
Si bien es cierto que al final de la no-conversación yo había terminado muy enojado, y probablemente hablando en voz muy alta, por no decir gritando, también es cierto que la actitud de la otra persona no fue la que correspondía, y me llevó a la situación final.
Aun considerando injusta la situación, y pensando en el futuro de mi hijo en el conservatorio, me comí mi enojo y contesté el correo diciendo que no tenía problemas en pedirle disculpas (en realidad sí tenía, pero bueno), y que pensaba ir al día siguiente a hablar con la persona en cuestión para hacerlo.
Recibí una respuesta casi de inmediato, comunicándome que tenía prohibida la entrada al conservatorio, pues la secretaria había quedado casi con ataque de pánico. Ahí sospeché que había algo raro. De hecho, no podía entrar más al conservatorio, según la respuesta.
Redacté una carta (en eso soy bueno) en que pedía disculpas por el mal entendido, con lo cual el tema quedó solucionado en parte. Solucionado en el sentido de que mi hijo pudo seguir estudiando sin problemas en dicho conservatorio. No solucionado, porque efectivamente no podía(en realidad no debía) entrar más al conservatoior.
Por lo que recuerdo, nunca en ese tiempo le conté esto a mi hijo. Sólo lo hice varios años después, cuando salió del conservatorio. Y cuando salió del conservatorio, al final ¡del semestre, acudí a acompañarlo en su examen final. Él no sabía nada. El realidad, sólo se lo había contado a una o dos personas. Una de ellas manifestó su extrañeza por la situación, al igual que yo cuando leí el correo en que se me impedía hablar con la persona involucrada en persona para pedirle disculpas y sobre todo cuando ni siquiera se me pedía mi versión de los hechos. Y aún más cuando, según uno de los correos, la otra persona había quedado prácticamente con ataque de pánico. El comentario que recibí de una de las personas con que compartí ese mal momento, coincidía con lo que en ese momento pensé. Me dijo que probablemente había alguna relación entre el director y la persona con quien tuve el altercado.
Años después, eso se confirmó. Años después, el director dejó de ser el director pues, según me enteré, era muy cuestionado no sólo porque se ponía en duda su gestión al mando del conservatorio, sino que también por otras actitudes como la que yo sufrí.
Amenazar con dejar sin estudios a un alumno brillante por motivos extra musicales me parece y me pareció siempre de una bajeza tremenda, sobre todo considerando las circunstancias, en que sólo se escuchó a una de las partes. Y además tomando en cuenta que con esa parte que el entonces director tenía una relación que iba más allá de la relación jefe- secretaria. El problema era conmigo, no con mi hijo. En ese momento, desconociendo esos antecedentes, yo no hice más olas. Hoy probablemente sí las haría.
Mientras escribo esto, me viene a la memoria que tal vez, sólo tal vez, incluso me reuní con el director. Y, si lo hice, en esa reunión no me escuchó y se atuvo a la versión de la otra parte. Pero eso lo puedo haber imaginado. Puede ser un falso recuerdo. Un falso recuerdo como muchos que uno puede tener. Como aquellos en que uno piensa que hizo algo que nunca hizo. No me pasa frecuentemente, pero hay muchos que al parecen sufren ese problema, cuando se atribuyen acciones, dichos, hecos en los cuales nunca estuvieron involucrados.